Saturday, March 29, 2008

Ay de los disidentes en un país unanimista

HERNANDO SALAZAR PALACIO

29 de Marzo 2008

A pesar de que Colombia se declara democrática, y de que hay gente que saca pecho diciendo que aquí no hay dictaduras desde hace 50 años, todo indica que esta sociedad es cada vez menos tolerante, lo cual es contradictorio.

Me explico. Somos una 'democracia', pero los unanimistas de estos tiempos, que son tantos y tan ruidosos, no aceptan el disenso.
En realidad lo 'aceptan', pero en porciones 'homeopáticas', es decir, de tal forma que las voces en contra de la opinión única sean mesuradas, controladas y que no molesten. Mejor dicho, que no se sientan. Que haya oposición, pero poquita.
Si no es así, esos unanimistas quieren y están dispuestos a 'quemar vivos' a los disidentes.
En esas condiciones, casi no hay espacio para el disenso, que es un ingrediente fundamental de la democracia, entendida como lo que es: un concierto de contradicciones.
Eso es más o menos lo que viene pasando en esta Colombia democrática con la senadora Piedad Córdoba.
En la marcha del 4 de febrero contra las FARC vi carteles en Bogotá que llamaban "apátrida" a la senadora.
En Facebook he encontrado expresiones impublicables sobre la política liberal. En Internet ha circulado una falsa carátula de la revista Soho con un montaje de la senadora que es, francamente, oprobioso, además un fotomontaje de ella en compañía del presidente Hugo Chávez, de Venezuela.
Ese odio parece ser la retribución que los unanimistas le están dando a Córdoba por haber logrado la liberación de seis de los secuestrados que tenían las FARC desde hace años.
Hay que decirlo sin rodeos: Clara Rojas, Consuelo González, Gloria Polanco, Luis Eladio Pérez, Jorge Eduardo Gechem y Orlando Beltrán están libres gracias a los buenos oficios de Córdoba y del presidente Hugo Chávez.
Que uno comparta o no lo que dicen y hacen Córdoba y Chávez es otra cosa.
Pero odiar como algunos sectores están odiando a Piedad Córdoba deja mucho que desear de esta sociedad tan "civilizada", donde paramilitares degüellan niños para que no sean guerrilleros cuando grandes o donde la guerrilla condena a prisión perpetua a los secuestrados y los mantiene como animales.
Ese odio expresa que aquí muchos no toleran la locuacidad de Córdoba, que, a veces, la hace ser imprudente e irreflexiva.
Pero otra cosas es querer crucificarla a base de infamias y especies, como las que se vienen escuchando desde hace algún tiempo.
La democracia es ruidosa e implica la confrontación de ideas, siempre y cuando no resolvamos las controversias en la hoguera ni a bala.
Eso no lo pudimos aprender en el siglo pasado, cuando comenzamos a matarnos. ¡Y no hemos parado!
Aquí unos sectores muy poderosos no han podido entender que la oposición tiene derecho a existir y que la batalla es a voto limpio, en vez de los machetes, las balas y las motosierras.
Y aquí otros radicales de la oposición tampoco han entendido que el poder se consigue con los votos, no con los fusiles ni las presiones armadas.

En medio de la confusión, ha hecho carrera la especie de que todo aquel que se opone al gobierno municipal, departamental o nacional hay que eliminarlo porque inmediatamente se relaciona con los que hacen oposición con las armas. Y esa es una trampa absolutamente macabra que termina por minar más la débil democracia colombiana.

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