Wednesday, December 31, 2008

La Izquierda, la Derecha y el Estado

Instituto Mises - Artículo diario por Llewellyn H Rockwell, Jr - Publicado el 12/31/2008 12:00:00 AM

[Esta es la introducción a su libro La izquierda, la Derecha y el Estado]


En la cultura política americana, y también en la cultura política mundial, la preocupación es en qué sentido debe crecer el poder del Estado. La izquierda tiene su lista de sugerencias y la derecha también. Ambas representan una grave amenaza a la única posición política que es verdaderamente beneficiosa para el mundo y sus habitantes: la libertad.

¿Qué es el estado? Es un grupo que, desde dentro de la sociedad, reclama para sí el derecho exclusivo de gobernar a todos, en virtud de un conjunto especial de leyes, que permite hacer a los demás lo que está razonablemente prohibido hacer al resto de la población, a saber, agredir a las gentes y perseguir sus propiedades. ¿Por qué una sociedad permite que una banda de tal tipo disfrute legalmente de este indisputado privilegio? Es aquí donde entra en juego la ideología. La realidad es que se trata de una la máquina de saquear y de matar. Entonces, ¿por qué tanta gente se alegra con su desproporcionado crecimiento? Más aún, ¿por qué toleraramos su existencia?

La idea misma de Estado es tan inverosímil en si misma que el Estado debe esconderse tras un traje ideológico como medio de lograr el apoyo popular. Hemos tenido ancestros estatales que han usado uno o dos de tales trajes: que protegen de los enemigos y/o que fueron instituidos por los dioses. En mayor o menor medida, todos los estados modernos aún emplean estas razones, pero el Estado democrático en el mundo desarrollado es más complejo. Utiliza una amplia gama de razones ideológicas - escogidas entre la Izquierda y la Derecha - que reflejan las prioridades sociales y culturales en los nichos de los grupos, aun cuando muchas de estas razones sean contradictorias.

La Izquierda quiere el Estado para distribuir la riqueza, para lograr la igualdad, para controlar estrictamente las empresas, dar impulso a los trabajadores, proveer a los pobres y proteger el medio ambiente. Me ocupo de muchos de estos argumentos en este libro, referenciándolos a determinados temas que aparecen en las noticias. La Derecha, por otra parte, quiere el Estado para castigar malhechores, apoyar la familia, subvencionar formas de vida honrada, defendernos de enemigos extranjeros, dar coherencia a la cultura, e ir a la guerra para darnos un sentido de identidad nacional. También me ocupo de todas estas razones.

Entonces, ¿cómo se está resolviendo este conflicto de intereses? Intercambian favores legislativos y lo llaman democracia. La Izquierda y la Derecha están de acuerdo al permitir que cada uno siga su camino, siempre y cuando no haga nada que perjudique los intereses de uno u otro. El truco está en mantener el equilibrio. Quién está en el poder depende realmente de la dirección en que se esté legislando. Y he ahí lo que es el Estado moderno en pocas palabras.

Aunque tiene ancestros en regímenes tales como los de Lincoln y de Wilson, la génesis del estado moderno se encuentra en el período entre guerras, cuando la idea de una sociedad laissez-faire cayó en descrédito - como resultado de la errónea opinión de que el mercado libre nos traía la depresión económica. Así que tuvimos el New Deal, que fue un híbrido democrático entre el socialismo y el fascismo. El viejo liberalismo estaba casi extinguido.

Los Estados Unidos lucharon una guerra contra un estado totalitario, aliados con un estado totalitario, y el ganador fue el propio Leviatán. Nuestro Leviatán no siempre tiene un director ejecutivo que se pavonea en traje militar, pero goza de poderes que los antiguos césares habrían envidiado. El estado total de hoy es más suave y pulido de lo que fue en su infancia entre guerras, pero no por eso está menos en oposición a los ideales tratados en estas páginas.

¿Cuánto más habría avanzado el Estado si Mises y Rothbard, y muchos otros, no hubieran dedicado sus vidas al concepto de la libertad? Tenemos que convertirnos en los disidentes intelectuales de nuestro tiempo, y rechazar las solicitudes de estatismo que vienen de Izquierda y Derecha. Y tenemos que patrocinar un programa positivo de libertad, que sea tan radical, fresco, y verdadero, como nunca antes lo ha sido.

Llewellyn H Rockwell, Jr es presidente del Instituto Ludwig von Mises en Auburn, Alabama, editor de LewRockwell.com, y autor de La Izquierda, la Derecha y el Estado.

Tuesday, December 30, 2008

Ojalá

Sunday, December 14, 2008

La Vida de Carlo Ponzi creador de la Primera Pirámide

www.mises.org – Artículo Diario por Adam Young Publicado el 12/19/2001

Según dice la leyenda, el esquema que haría de Carlo Ponzi un nombre familiar ocurrió cuando Carlo era joven. Carlo se sentaba en las escalas del frente de su casa en Boston a observar a sus vecinos cuando regresaban a sus hogares después un día de trabajo. Fue durante una de estas sesiones de soñar despierto cuando de golpe concibió su plan. Como podría preverse, la primera víctima de lo que se conoce como el Esquema Ponzi, fue Tony, un amigo de Carlo. Carlo hizo una sugestiva oferta: si Tony le prestaba $20, Carlo le devolvería $30 en noventa días. "Nos encontraremos en este mismo sitio en 90 días y le pagaré un 50 por ciento adicional sobre su dinero".

Si tan sólo Tony hubiera rehuido la propuesta de Carlo. Pero no lo hizo. Y al día siguiente, tampoco lo hizo Giuseppe otro amigo de Carlo. Así pues, noventa días más tarde, fiel a su palabra, Carlo se reunió con Tony y le entregó sus $30 dólares. Tal vez como la mayoría de nosotros, Tony con una amplia sonrisa le dijo a Carlo, "!Qué diablos, guarde todo mi dinero y me da otro 50 por ciento de interés en noventa días!". Y así nació el Esquema Ponzi. Giuseppe, el codicioso de la segunda generación, subvencionó a Tony de la primera generación.

Antes que el joven Carlo Ponzi fuera pionero de este artilugio financiero, ya había llevado una vida interesante, y con antecedentes penales, para quien se tomase la molestia de comprobarlo. Carlo que había inmigrado de Italia a la edad de 17 años, pronto encontró una actividad alternativa a lavar vajillas y atender mesas: ayudar a sus compañeros inmigrantes italianos a enviar dinero a su país de origen. Sin embargo, cuando se descubrió que Carlo se embolsaba una generosa porción de los fondos, fue condenado a tres años de prisión.

Quizás haremos aquí una observación para ilustrar como el gobierno al encarcelar los criminales simplemente los educa más en el crimen, en lugar de que éstos aprendan la lección con su encarcelamiento, Carlo, una vez puesto en libertad, comenzó a desplegar sus capacidades empresariales en el contrabando de inmigrantes italianos a los EE.UU. desde Canadá. Capturado de nuevo, fue a la cárcel por otros tres años. Habiendo decidido corregir su rumbo, Carlo se trasladó a Boston y encontró un trabajo como empleado por $16 a la semana. Poco después conoció y se casó con Rosa Guecco, quien estuvo dispuesta a tomar como cónyuge al dos veces perdedor, ya que Rose tenía fe en que su Carlo pronto tendría un empleo en el rango de los $25 a la semana.

Por aquella época terminaba en Europa la "guerra para poner fin a todas las guerras", y el auge de los rugientes años veinte acaba de empezar. Los salarios estaban aumentando y las malas inversiones se perfilaban hacia el futuro, conduciendo a una locura colectiva de inversión especulativa. Carlo sabía que no le gustaba trabajar para ganarse la vida; viendo a sus vecinos ir y venir a casa día tras día de trabajo mientras él permanecía sentado al frente de su casa de Boston cada vez más convencido de que lo que necesitaba era un buen esquema para salir adelante. Después de pensar y pensar, como bien sabemos, Carlo salió con todo un esquema.
Con el éxito que experimentó con Tony y Giuseppe, Carlo fundó Securities Exchange Co en el número 27 de la Calle School, en Boston, un día después de la Navidad de 1919. Anunciando un 50 por ciento de retorno por depósitos a un plazo de noventa días, el dinero de inversionistas grandes y pequeños empezó a llover.

Con todo este dinero en la colada, Carlo tuvo que imaginar una explicación plausible sobre cómo podría pagar un 50 por ciento de interés en noventa días cuando no había un negocio en el mundo que pagara tanto. Pero el ingenio de Carlo para las estafas apareció de nuevo. Dijo a sus inversionistas que tenía una red de agentes en Europa, que compraban monedas europeas depreciadas, convertía la moneda en cupones postales internacionales, que luego eran canjeadas a valor nominal en los Estados Unidos en dólares americanos. Carlo alegaba que todos los grandes lo estaban haciendo - los Rockefeller, JP Morgan, Jr, todo el mundo. Pero San Carlo en lugar de enriquecerse compartía la riqueza y ayudaba a la gente del común (al mismo tiempo, contribuía a sí mismo por supuesto). Era algo muy parecido a redistribución del dinero.

Cada día, decenas de miles de dólares eran depositados en las arcas de Carlo. Fuera del edificio, habían colas multitudinarias a la espera de invertir. Y cada día, Carlo llegaba al trabajo en su limosina con chofer. La clave del esquema siguió trabajando su magia, ya que la recepción de depósitos era un enjambre de actividad, y la de retiros estaba prácticamente desierta. Como los depósitos crecían y crecían, Carlo incluso abrió sucursales, un total de treinta y cinco. También utilizó parte de los depósitos para comprar dos empresas reales, Hanover Trust Co y JP Poole Co. Carlo incluso dedicó algún tiempo de su apretada agenda para comprarle una mansión a Rosa.

No pasó mucho tiempo, sin embargo, para que las señales de Carlo atrajeran la atención de personas equivocadas. En unos pocos meses, se había transformado de un simple empleado en un verdadero mago financiero, y juntamente con Rosa nadaban en el lujo, y para todo aquel que quería la devolución de su dinero, de inmediato recibía su depósito más los correspondientes intereses - sin hacer preguntas. El éxito de Carlo invitaba al escrutinio. Las autoridades postales de los EE.UU. informaron al gobierno federal que la explicación que daba Carlo sobre la forma como la Securities Exchange Co. llevaba a cabo sus "inversiones" no podía dar resultado.

Sin embargo, como el gobierno federal opera bajo su propio concepto de tiempo, no fue sino hasta meses más tarde que los federales llevaron a cabo una auditoría oficial a la operación de Carlo. Y mientras la noticia de la auditoría salía a la calle, el tufillo de inseguridad comenzó a trabajar su magia, se produjo un pánico entre la clientela de Securities Exchange Co. Pero parecía como si Carlo tuviese un inagotable suministro de dinero en efectivo: todos los inversionistas que hacían cola para retirar sus depósitos recibían cada uno su dinero en efectivo más el 50 por ciento de interés.

Y mientras avanzaba la auditoría, los auditores quedaban perplejos. La empresa mantenía un minucioso registro de todos los depósitos y retiros. Nadie estaba siendo engañado, y no se había transgredido ninguna ley. La única cosa que no podían encontrar era la forma en que la empresa hacía sus fantásticas utilidades. Cuando se le preguntaba, Carlo respondía indignado que se trataba de un secreto empresarial.

Los federales respondieron colocando una orden de intervención a la empresa, prohibiendo la aceptación de más depósitos, mientras duraba el procedimiento de investigación. Carlo, vislumbrando el inminente desastre, contrató al muy respetado William McMaster para que manejara las relaciones públicas hasta que estallara el resultado de la investigación. La decisión no fue tan buena para nuestro amigo Carlo. Poco después de ser contratado, McMaster emitió una declaración a la prensa diciendo que la Securities Exchange Co. nunca había - ni siquiera una vez - llevado a cabo una transacción financiera internacional.

Una vez más, los inversores se volcaron con pánico sobre la empresa de Carlo, y una vez más, Carlo parecía capear la tormenta, e incluso se servía café y galletas a los clientes mientras esperaban. Pero finalmente la investigación y sus resultados tomaron su curso, y más y más inversionistas se presentaron a retirar su dinero, hasta que finalmente este se agotó. El 9 de agosto de 1920, el banco de Carlo emitió una declaración manifestando que ya no podía honrar los pagarés de la empresa Securities Exchange Co. Dos días más tarde, el prontuario de Carlo con sus antecedentes penales fue puesto a disposición del público.

Ahora el pánico se apoderó de los inversionistas que se habían contenido de reclamar sus ahorros, y Carlo temió por su vida. Pidió y recibió protección policial. Y uno por uno, sus bienes fueron confiscados. En primer lugar salieron la mansión de Rosa y sus tres automóviles de lujo. Luego sus empresas Hanover Trust Co. y JP Poole Co. Mientras la investigación avanzaba, los investigadores descubrieron que Carlo había contado hasta con 40.000 inversionistas, y en total llegó a tener cerca de US $15 millones - y esto en una época en que un “perro caliente” costaba una moneda de níquel de 5 centavos.

El 21 de octubre de 1920, Carlo, ahora sin dinero, fue condenado a cinco años de prisión por malversación de fondos. Al ser liberado en 1924 enfrentó nuevos cargos, y fue encarcelado de nuevo, esta vez durante nueve años.

Libre de nuevo en 1934, Carlo fue deportado a Italia, donde, como tabla de salvación, rápidamente ofreció sus servicios a Mussolini. Una vez contratado, Carlo disipó toda confianza al pretender ser algún tipo de mago financiero y pronto fue despedido por Il Duce. Carlo pasó luego por una compañía aérea italiana y fue enviado a Río de Janeiro. Pero no tuvo tiempo de asumir sus nuevas funciones, cuando la compañía abruptamente quebró.

Varado en Río, Carlo Ponzi llegaría al final de sus días, sin dinero, casi ciego, y parcialmente paralizado. Murió en una sala de caridad en Brasil en 1949.

Como todos sabemos, sin embargo, este no sería el final del Esquema Ponzi. El espíritu de Carlo Ponzi, o tal vez su fantasma, continua viviendo bajo la tutela, no propiamente del mercado, sino del estado. Ponzi, a pesar de que su gran reputación como un mago financiero quedó hecha girones, otros personas han venido a reclamar su capa. En lugar de caer en la oscuridad, el esquema criminal de este chico pobre de Italia fue institucionalizado como un sistema de engaño y privilegio y, de algún modo ampliado a un gran fraude, en tamaño y alcance, – mediante ingeniosos y elaborados argumentos, para no hablar de sus décadas de duración - a los cuales Carlo Ponzi seguramente no se hubiera atrevido a imaginar.
La Ley de Seguridad Social fue creada ostensiblemente como un fondo para pagar pensiones, pero se desdobló como un impuesto oculto para financiar un fondo de reserva del Tesoro con el propósito de encubrir el aumento de los recaudos y el mayor gasto público. Los "contribuyentes" a la Seguridad Social no reciben los beneficios del dinero que ingresó al "fondo" en el pasado. Por el contrario, al igual que en un Esquema Ponzi, se pagan con cargo a los fondos de los actuales contribuyentes, y estos a su vez se pagarán con cargo a las contribuciones que haga la generación que les sigue. En otras palabras, su propósito es una redistribución de ingresos, no una inversión tendiente a la producción de nueva riqueza.

Huelga decir que la tentación de consumir hoy lo que se debe recibir mañana es irresistible para los políticos. El dinero de los impuestos siempre es gastado inmediatamente. Los engaños esenciales que yacen detrás de la Seguridad Social son, por supuesto, aún más evidentes hoy en día. Los llamados excedentes presupuestarios de los años 90 de Clinton existen únicamente como un juego de contabilidad en el que los excedentes de ingresos generados por impuestos del Seguro Social se depositaron a nombre del Tesoro de los EE.UU. y se incluyeron como parte del fondo general de ingresos fiscales. A cambio, se emiten entonces pagarés del Tesoro al terriblemente mal llamado Fondo Fiduciario de Seguridad Social. Los pagarés no son entonces considerados como pasivos dentro de la deuda federal y tampoco se contabilizan en el presupuesto oficial de los EE.UU.

Un gran observador de FDR fue John T. Flynn, quien describió el diseño truculento de la Seguridad Social.

El plan era hacer el impuesto a los pagos de la nómina lo suficientemente grande como para pagar los beneficios, además, bastante más grande para crear un fondo, llamado de reserva, por $47,000,000,000 en el término de 40 años. Se le dio el nombre fraudulento de Fondo de Reserva para la Vejez. La Junta de Seguridad debía recaudar los impuestos cada año, utilizar una pequeña parte en el pago de las pensiones y trasladar el resto al "Fondo". Es decir, que prestaba los impuestos recaudados a la Tesorería y la Tesorería los podría gastar entonces en cualquier propósito que tuviera en mente. Al final de un período de 40 años, se le dijo a Roosevelt, este dinero podría utilizarse para pagar la deuda nacional.

Esto ocurrió sesenta y cinco años atrás y, por supuesto, el engaño de la Seguridad Social permitió la acumulación de una deuda cada vez mayor, en lugar de disminuirla, además de la creación de un enorme fondo "fuera de presupuesto" para uso non sancto.

El hecho de que el esquema de Carlo duró menos de un año - y fue expuesto por su propio director de relaciones públicas – mientras que el Esquema Ponzi del Gobierno ha durado a través de tiempos buenos y malos, por más de medio siglo, sólo sugiere que, si bien el brillo de Carlo Ponzi radica en la creación de ingeniosas estafas, tal vez debería haber aplicado su talento como político, donde podría haber desplumado legalmente sus víctimas.

TRADUCIDO POR RODRIGO DÍAZ

Saturday, December 06, 2008

Why are Muslims so powerless?

Contribución de mi amigo Leon Aristizabal

There are an estimated 1,476,233,470 Muslims on the face of the planet: one billion in Asia, 400 million in Africa, 44 million in Europe and six million in the Americas. Every fifth human being is a Muslim; for every single Hindu there are two Muslims, for every Buddhist there are two Muslims and for every Jew there are one hundred Muslims.
Ever wondered why Muslims are so powerless? Here is why:
There are 57 member-countries of the Organization of Islamic Conference (OIC), and all of them put together have around 500 universities; one university for every three million Muslims. The United States has 5,758 universities and India has 8,407. In 2004, Shanghai Jiao Tong University compiled an 'Academic Ranking of World Universities', and intriguingly, not one university from Muslim-majority states was in the top-500. As per data collected by the UNDP, literacy in the Christian world stands at nearly 90 per cent and 15 Christian-majority states have a literacy rate of 100 per cent. A Muslim-majority state, as a sharp contrast, has an average literacy rate of around 40 per cent and there is no Muslim-majority state with a literacy rate of 100 per cent.
Some 98 per cent of the 'literates' in the Christian world had completed primary school, while less than 50 percent of the 'literates' in the Muslim world did the same. Around 40 per cent of the 'literates' in the Christian world attended university while no more than two per cent of the 'literate s' in the Muslim world did the same. Muslim-majority countries have 230 scientists per one million Muslims. The US has 4,000 scientists per million and Japan has 5,000 per million. In the entire Arab world, the total number of full-time researchers is 35,000 and there are only 50 technicians per one million Arabs (in the Christian world there are up to 1,000 technicians per one million).
Furthermore, the Muslim world spends 0.2 per cent of its GDP on research and development, while the Christian world spends around five per cent of its GDP. Conclusion:
The Muslim world lacks the capacity to produce knowledge.
Daily newspapers per 1,000 people and number of book titles per million are two indicators of whether knowledge is being diffused in a society. In Pakistan, there are 23 daily newspapers per 1,000 Pakistanis while the same ratio in Singapore is 360. In the UK, the number of book titles per million stands at 2,000 while the same in Egypt is 20. Conclusion:
The Muslim world is failing to diffuse knowledge.
Exports of high technology products as a percentage of total exports are an important indicator of knowledge application. Pakistan's exports of high technology products as a percentage of total exports stands at one per cent.
The same for Saudi Arabia is 0.3 per cent; Kuwait, Morocco, and Algeria are all at 0.3 per cent while Singapore is at 58 per cent. Conclusion:
The Muslim world is failing to apply knowledge.
Why are Muslims powerless?
Because they aren't producing knowledge.
Why are Muslims powerless?
Because they aren't diffusing knowledge.
Why are Muslims powerless?
Because they aren't applying knowledge.
And, the future belongs to knowledge-based societies.
Interestingly, the combined annual GDP of 57 OIC-countries is under $2 trillion. America, just by herself, produces goods and services worth $12 trillion; China $8 trillion, Japan $3.8 trillion and Germany $2.4 trillion (purchasing power parity basis). Oil rich Saudi Arabia, UAE, Kuwait and Qatar collectively produce goods and services (mostly oil) worth $500 billion; Spain alone produces goods and services worth over $1 trillion, Catholic Poland $489 billion and Buddhist Thailand $545 billion. (Muslim GDP as a percentage of world GDP is fast declining).
So, why are Muslims so powerless?
Answer: Lack of education!
All they do is shout to Allah whole day and blame everyone else for their multiple failures..!....

Tuesday, December 02, 2008

Los siete déficits mortales - Joseph Stiglitz, Premio Nobel de Economía

Traducción para www.sinpermiso.info: Ricardo Timón

Cuando el presidente George W. Bush asumió el cargo, el grueso de los descontentos con unas elecciones robadas se consolaron con esta idea: dado nuestro sistema de controles y equilibrios políticos, ¿cuánto dañó puede hacer? Ahora lo sabemos: mucho más de lo que podían imaginar los peores pesimistas. Desde la guerra de Irak hasta el colapso de los mercados crediticios, las pérdidas financieras apenas resultan concebibles. Y detrás esas pérdidas aún hay que contar las oportunidades perdidas, todavía mayores.Tomados de consuno los dineros despilfarrados en la guerra, los dineros despilfarrados en un esquema inmobiliario piramidal que empobreció a los más y enriqueció a unos pocos y los dineros que se esfumaron con la recesión, el hiato entre lo que podríamos haber producido y lo que realmente produjimos fácilmente rebasará el billón y medio de dólares. Piensen lo que habría podido hacerse con esa suma para proporcionar asistencia sanitaria a quienes carecen de seguro médico, para mejorar nuestro sistema educativo, para desarrollar tecnologías verdes… La lista es infinita.
Y el verdadero coste de las oportunidades perdidas es todavía mayor. Piensen en la guerra. Están, para empezar, los fondos directamente asignados a ella por el gobierno (unos 12 mil millones de dólares mensuales, y eso aceptando las estimaciones confundentes de la administración Bush). Pero es que son mucho mayores todavía, como ha documentado en su libro La guerra de los tres billones de dólares Linda Bilmes, de la Kennedy School, los costes indirectos: las remuneraciones que han dejado de ganar los heridos o los muertos o la actividad económica desplazada (de, pongamos por caso, gastar en hospitales norteamericanos a gastar en empresas nepalesas de seguridad). Esos factores sociales y macroeconómicos podrían llegar a montar más de 2 billones de dólares en el cómputo total de los costes de la guerra.
Pero hay un haz de luz en esos negros nubarrones. Si logramos zafarnos de la pesadumbre, si conseguimos pensar más cuidadosa y menos ideológicamente sobre la manera de robustecer nuestra economía y hacer de la nuestra una sociedad mejor, tal vez podamos adelantar algo en el planteamiento y solución de los enconados problemas que venimos arrastrando.
El déficit de valores.- Uno de los puntos fuertes de Norteamérica es su diversidad, y siempre ha habido una diversidad de puntos de vista incluso respecto de nuestros principios fundamentales (la presunción de inocencia, el mandato de habeas corpus, el imperio de la ley). Pero –o eso creíamos, al menos— quienes discrepaban de esos principios constituían una pequeña franja marginal, fácilmente ignorable. Ahora hemos aprendido que esa franja no es tan minúscula y que, entre sus miembros, se cuentan el actual presidente y los dirigentes de su partido. Y esa división en los valores no podía haber llegado en peor momento. Percatarse de que podríamos tener menos en común de lo que pensábamos puede dificultar la resolución de problemas que tenemos que encarar juntos.
El déficit climático.- Con ayuda de cómplices como ExxonMobil, Bush trató de persuadir a los norteamericanos de que el calentamiento global era una ficción. No lo es, y hasta la administración ha terminado por admitirlo. Pero no hicimos nada durante ocho años, y los EEUU contaminan más que nunca; un retraso que pagaremos carísimo.
El déficit de igualdad.- En el pasado, aun si los que estaban abajo recibían pocos, si alguno, de los beneficios de la expansión económica, la vida se percibía como un sorteo equitativo. Las historias de quienes se hacían a sí mismos eran parte de las señas de identidad norteamericanas. Pero la vieja promesa de Horatio Alger suena hoy falsa. La movilidad ascendente se ha hecho cada vez más difícil. Las crecientes divisiones de ingreso y de riqueza han sido reforzadas por una legislación fiscal que premia a los afortunados en la azarienta lotería de la globalización. Destruida aquella percepción, será todavía más difícil encontrar una causa común.
El déficit de responsabilidad.- Los reyezuelos del mundo financiero estadounidense justificaban sus astronómicas remuneraciones apelando a su pretendido ingenio para generar grandes beneficios, supuestamente derramados sobre el país entero. Ahora, los reyes andan desnudos. No supieron gestionar el riesgo; antes bien, sus acciones exacerbaron el riesgo. El capital no fue correctamente asignado; se malgastaron centenares de miles de millones, un nivel de ineficiencia mucho mayor que el que la gente se ha acostumbrado a atribuir al Estado. Sin embargo, los reyezuelos se largaron con centenares de millones de dólares de los contribuyentes, de los trabajadores, y el conjunto de la economía tuvo que pagar la cuenta.
El déficit comercial.- En el curso de la pasada década, el país ha venido tomando préstamos a gran escala en el extranjero: sólo en 2007, unos 739 mil millones de dólares. No es difícil descubrir por qué: con un gobierno incurriendo en enormes deudas y unos hogares norteamericanos sin apenas capacidad de ahorro, no había otro sitio donde pedir. Los EE.UU. han estado viviendo de dinero y de tiempo prestados, y ha llegado la hora del vencimiento. Acostumbrábamos a dar lecciones de buena política económica a los demás. Ahora los demás se parten de risa a nuestras espaldas, y de cuando en cuando, hasta nos dan lecciones.Hemos tenido que ir a mendigar a los fondos soberanos de riqueza (la riqueza excedente que otros gobiernos han acumulado y que pueden invertir fuera de sus fronteras). Retrocedemos ante la idea de que nuestro gobierno se haga con un banco, pero parecemos aceptar de grado la idea de que los gobiernos extranjeros puedan convertirse en accionistas de referencia de algunos de nuestros bancos más emblemáticos, instituciones cruciales para nuestra economía. (Tan cruciales, en efecto, que hemos dado un cheque en blanco a nuestro Tesoro para rescatarlas.)
El déficit fiscal.- Gracias, en parte, a un gasto militar desapoderado, en sólo ocho años nuestra deuda nacional se ha incrementado en dos tercios, pasando de 5,7 billones a más de 9,5 billones de dólares. Pero, por espectaculares que resulten, esos números subestiman por mucho las verdaderas dimensiones del problema. Aún tienen que presentarse a cobro muchas facturas de la Guerra de Irak, incluidas las que incorporan los costes de asistencia a los veteranos heridos, y esas facturas podrían representar unos 600 mil millones de dólares. El déficit federal de este año probablemente añadirá otro medio billón a la deuda nacional. Y todo eso, sin contar con los dineros desembolsados por la Seguridad Social y por Medicare para asistir a los baby boomers.
El déficit de inversión.- Las cuentas del Estado son distintas de las cuentas del sector privado. Una empresa que tome dinero prestado para realizar una buena inversión verá su balance contable mejorado, y sus ejecutivos serán aplaudidos. Pero en el sector público no hay balance contable, y por lo mismo, demasiada gente se centra miopemente en el déficit. En realidad, las inversiones públicas sabias proporcionan retornos mucho más elevados que la tasa de interés que el Estado paga por su deuda; a largo plazo, las inversiones ayudan a reducir los déficits. Recortar esas inversiones es proceder al modo del ahorrador de salvado y desperdiciador de harina, como pudo verse con los diques de Nueva Orleáns y con los puentes de Mineápolis.
Más allá de la simple incompetencia, hay dos posible hipótesis para explicar por qué los republicanos prestaron tan poca atención a la creciente debacle presupuestaria. La primera es, sencillamente, que confiaron en la teoría económica del lado de la oferta, en la creencia de que, de uno u otro modo, la economía crecería tanto con unos impuestos bajos, que los déficits serían efímeros. Esa idea se ha revelado como lo que es, una ilusión fantasiosa.
La segunda hipótesis es que, permitiendo un déficit cada vez más hinchado, Bush y sus aliados esperaban forzar una reducción del tamaño del Estado. Lo cierto es que la situación fiscal ha llegado a cobrar unas proporciones tan alarmantes, que muchos demócratas responsables están comenzando ahora a hacerles el juego a los republicanos empecinados en “asfixiar a la bestia pública”, y llaman a un drástico recorte del gasto público. Pero, preocupados como están los demócratas por parecer demasiado tibios en materia de seguridad –y por lo mismo, resueltos a considerar sacrosanto el presupuesto militar—, resulta harto difícil recortar gastos sin cercenar las inversiones más importantes para resolver la crisis.
La tarea más perentoria del nuevo presidente será restaurar el vigor de la economía. Dado el volumen de nuestra deuda nacional, es particularmente importante cumplir esa tarea de manera que se maximicen los resultados de cada dólar gastado, al tiempo que se ataca al menos uno de los déficits capitales. Los recortes fiscales funcionan –si funcionan— incrementando el consumo, pero el problema de Norteamérica es que padece un atracón de consumo; prolongar el atracón no hará sino posponer la solución de los problemas más profundos. A medida que los ingresos se desploman, los estados y los municipios tendrán que hacer frente a restricciones presupuestarias, y a menos que se haga algo, se verán obligados a recortar el gasto, lo que no hará sino ahondar en el declive. A nivel federal, necesitamos gastar más, no menos. Hay que reconfigurar la economía para adaptarse a las nuevas realidades (incluido el calentamiento global). Necesitaremos más trenes de alta velocidad y plantas energéticas más eficientes. Esos gastos estimulan la economía, al tiempo que sientan las bases para un crecimiento sostenible a largo plazo.
Sólo hay dos formas de financiar esas inversiones: aumentar los impuestos o recortar otros gastos. Los norteamericanos de ingresos altos pueden perfectamente permitirse pagar más impuestos, y muchos países europeos han triunfado, no a pesar de tener una fiscalidad elevada, sino precisamente por tenerla: es lo que les ha permitido invertir y competir en un mundo globalizado.
Huelga decir que habrá resistencia al aumento de impuestos, de manera que el foco de atención se moverá hacia los recortes. Pero nuestros gastos sociales son ya tan esqueléticos, que hay poco que ahorrar. En realidad, descollamos entre las naciones industrializadas avanzadas por lo inadecuado de nuestras protecciones sociales. Los problemas, por ejemplo, del sistema de asistencia sanitaria en los EE.UU. saltan a la vista: resolverlos no es sólo cuestión de mayor justicia social, sino también de mayor eficiencia económica. (Unos trabajadores más sanos son unos trabajadores más productivos.) Y eso deja sólo un área económica importante disponible para recortar gastos: la defensa. Nuestros gastos representan la mitad de los gastos militares mundiales, con un 42% de los dólares del contribuyente que se destinan, directa o indirectamente, a defensa. Incluso los gastos militares no bélicos se han disparado. Con tanto dinero gastado en armamento inútil contra enemigos que no existen hay mucho margen para incrementar la seguridad, al tiempo que se recortan los gastos en defensa.
La buena nueva en todo este horizonte de malas noticias económicas es que nos estamos viendo obligados a morigerar nuestro consumo material. Si lo hacemos de forma adecuada, eso ayudará a mitigar el calentamiento global, y acaso contribuirá también a despertar la consciencia de que un mayor nivel de vida también es más ocio, no sólo más bienes materiales.Las leyes de la naturaleza y las leyes económicas son implacables, y no perdonan. Podemos abusar de nuestro medio ambiente, pero sólo por un tiempo. Podemos gastar por encima de nuestros medios, pero sólo por un tiempo.
Podemos gorronear a cuenta de nuestras inversiones pasadas, pero sólo por un tiempo. Ni siquiera el país más rico del mundo puede ignorar las leyes de la naturaleza y las leyes económicas, si no es en daño propio.

Discurso del Presidente de la República Francesa, Nicolas Sarkozy

- EXTRACTO -
SITUACIÓN FINANCIERA INTERNACIONAL

(Toulon, 25 de septiembre de 2008)

Señoras y Señores Ministros,
Señoras y Señores Parlamentarios,

Si he querido dirigirme esta tarde a los Franceses es porque la situación de nuestro país lo exige.
Soy consciente de mi responsabilidad en estas circunstancias excepcionales.
Una crisis de confianza sin precedente desestabiliza la economía mundial. Las grandes instituciones financieras están amenazadas, millones de pequeños ahorristas en el mundo que depositaron sus ahorros en la bolsa ven cómo su patrimonio se descompone día tras día, millones de jubilados que han cotizado en fondos de pensiones temen por su jubilación, millones de hogares modestos viven momentos difíciles por el alza de los precios.
Como en todo el mundo, los Franceses temen por sus ahorros, por su empleo y por su poder adquisitivo.
El miedo es sufrimiento.
El miedo impide emprender, el miedo impide implicarse.
Cuando se tiene miedo, no se tienen sueños; cuando se tiene miedo, uno no piensa en el futuro.
Hoy, el miedo es la principal amenaza para la economía.
Hay que vencer ese miedo. Es la labor más urgente. No se vencerá, no se restablecerá la confianza con mentiras, sino diciendo la verdad.
Los Franceses quieren la verdad y estoy convencido de que están dispuestos a escucharla. Si sienten que se les esconde algo, la duda crecerá. Si están convencidos de que no se les oculta nada, hallarán en ellos mismos la fuerza para superar la crisis.
Decir la verdad a los Franceses es decirles que la crisis no ha terminado, que sus consecuencias serán duraderas, que Francia está demasiado implicada en la economía mundial como para pensar siquiera un instante que pueda estar protegida contra los acontecimientos que, ni más ni menos, desequilibran el mundo. Decir la verdad a los Franceses es decirles que la crisis actual tendrá consecuencias en el crecimiento, en el desempleo, en el poder adquisitivo durante los próximos meses.
Decir la verdad a los Franceses es decir, en primer lugar, la verdad sobre la crisis financiera. Porque esta crisis, sin igual desde los años 30, marca el final de un mundo construido tras la caída del Muro de Berlín y el final de la Guerra Fría. Ese mundo fue impulsado por un gran sueño de libertad y de prosperidad.
La generación que venció al comunismo había soñado con un mundo donde la democracia y el mercado resolverían todos los problemas de la humanidad. Había soñado con una mundialización feliz que acabaría con la pobreza y la guerra.
Este sueño ha empezado a hacerse realidad: las fronteras se han abierto, millones de hombres han escapado a la miseria, pero el sueño se ha quebrado con el resurgimiento de los fundamentalismos religiosos, los nacionalismos, las reivindicaciones identitarias, el terrorismo, los dumpings, las deslocalizaciones, las derivas de las finanzas globales, los riesgos ecológicos, el agotamiento anunciado de los recursos naturales, las revueltas del hambre.
En el fondo, con el final del capitalismo financiero –que había impuesto su lógica a toda la economía y que había fomentado su perversión– muere una determinada idea de la mundialización.
La idea de la omnipotencia del mercado que no debía ser alterado por ninguna regla, por ninguna intervención pública; esa idea de la omnipotencia del mercado era descabellada.
La idea de que los mercados siempre tienen razón es descabellada.
Durante varios decenios, se han creado las condiciones que sometían la industria a la lógica de la rentabilidad financiera a corto plazo.
Se han ocultado los riesgos crecientes que había que correr para obtener rendimientos cada vez más exorbitantes.Se han desarrollado sistemas de remuneración que incitaban a los operadores a correr cada vez más riesgos inconsiderados.
Se ha fingido creer que los riesgos desaparecían uniéndolos.
Se ha permitido que los bancos especulen en los mercados en vez de hacer su trabajo que consiste en invertir el ahorro en desarrollo económico y analizar el riesgo del crédito.
Se ha financiado al especulador y no al emprendedor.
No se han controlado las agencias de calificación y los fondos especulativos.
Se ha obligado a las empresas, a los bancos, a las aseguradoras a inscribir sus activos en las cuentas a precios del mercado que aumentan y se reducen en función de la especulación.
Se ha sometido a los bancos a reglas contables que no garantizan la gestión correcta de los riesgos y que, en caso de crisis, agravan la situación en vez de amortiguar el choque.
¡Es una locura y hoy pagamos por ello! Este sistema donde el responsable de un desastre puede partir con un paracaídas dorado, donde un corredor de bolsa puede hacer perder 5000 millones de euros a su banco sin que nadie se dé cuenta, donde se exige a las empresas rendimientos tres o cuatro veces más elevados que el crecimiento real de la economía, este sistema ha creado profundas desigualdades, ha desmoralizado a las clases medias y ha fomentado la especulación en los mercados inmobiliarios, de materias primeras y de productos agrícolas.
Pero este sistema –hay que decirlo porque es la verdad– no es la economía de mercado, no es el capitalismo.
La economía de mercado es el mercado regulado, el mercado al servicio del desarrollo, al servicio de la sociedad, al servicio de todos. No es la ley de la jungla, no son beneficios exorbitantes para unos y sacrificios para todos los demás. La economía de mercado es la competencia que reduce los precios, que elimina las rentas y que beneficia a todos los consumidores.
El capitalismo no es el corto plazo, es el largo plazo, la acumulación de capital, el crecimiento a largo plazo.
El capitalismo no es la primacía del especulador. Es la primacía del emprendedor, la recompensa del trabajo, del esfuerzo, de la iniciativa.
El capitalismo no es la disolución de la propiedad, la irresponsabilidad generalizada. El capitalismo es la propiedad privada, la responsabilidad individual, el compromiso personal, es una ética, una moral, instituciones.
De hecho, el capitalismo ha posibilitado el extraordinario auge de la civilización occidental desde hace siete siglos.
La crisis financiera que vivimos hoy, mis queridos compatriotas, no es la crisis del capitalismo. Es la crisis de un sistema que se ha alejado de los valores más fundamentales del capitalismo, que ha traicionado al espíritu del capitalismo.
Quiero decirlo a los Franceses: el anticapitalismo no ofrece ninguna solución a la crisis actual.
Reanudar con el colectivismo que tantos desastres provocó en el pasado sería un error histórico.
Pero no hacer nada, no cambiar nada, conformarse con cargar al contribuyente todas las pérdidas y fingir que no ha pasado nada también sería un error histórico.
Mis queridos compatriotas, podemos salir reforzados de esta crisis. Podemos salir y podemos salir reforzados, si aceptamos cambiar nuestro modo de pensamiento y nuestros comportamientos. Si hacemos el esfuerzo necesario para adaptarnos a las nuevas realidades que se imponen a nosotros. Si actuamos, en vez de padecer.
* * *
La crisis actual debe incitarnos a refundar el capitalismo en una ética del esfuerzo y del trabajo, a encontrar de nuevo un equilibrio entre la libertad necesaria y la regla, entra la responsabilidad colectiva y la responsabilidad individual.
Tenemos que alcanzar un nuevo equilibrio entre el Estado y el mercado, cuando en todo el mundo los poderes públicos se ven obligados a intervenir para salvar el sistema bancario del derrumbe.
Debe instaurarse una nueva relación entre la economía y la política mediante el desarrollo de nuevas reglamentaciones.
La autorregulación para resolver todos los problemas, se ha acabado.
El laissez-faire, se ha acabado.
El mercado que siempre tiene razón, se ha acabado.
Hay que aprender de la crisis para que no se reproduzca. Hemos estado al borde de la catástrofe, el mundo ha estado al borde de la catástrofe, no podemos correr el riesgo de empezar de nuevo.
Si queremos construir un sistema financiero viable, la moralización del capitalismo financiero es una prioridad.
* * *
No dudo en decir que los modos de remuneración de los dirigentes y de los operadores deben estar enmarcados. Ha habido demasiados abusos, demasiados escándalos.
O los profesionales se ponen de acuerdo sobre las prácticas aceptables o el Gobierno de la República resolverá el problema mediante la ley antes de fin del año.
Los dirigentes no deben tener el estatuto de mandatario social y beneficiar a la vez de las garantías de un contrato de trabajo. No deben recibir acciones gratuitas. Su remuneración debe fundarse en los resultados económicos reales de la empresas. No deben poder optar por un paracaídas dorado cuando han cometido faltas o han puesto a su empresa en dificultad. Y si los dirigentes están interesados por el resultado –es algo positivo– los demás asalariados de la empresa, en particular los más modestos, también deben estarlo, puesto que ellos también participan en la riqueza de la empresa. Si los dirigentes tienen stock options, los demás asalariados también deben tenerlas o beneficiar de un sistema de incentivos.
He aquí algunos principios sencillos basados en el sentido común y en la moral elemental en los que no cederé.
Los dirigentes perciben remuneraciones elevadas porque tienen grandes responsabilidades. Pero no se puede querer un buen salario y no asumir las responsabilidades. Ambas cosas van unidas.
Es aún más cierto en el campo de las finanzas. ¿Cómo admitir que tantos operadores financieros salgan ganado, cuando durante años se han enriquecido conduciendo a todo el sistema financiero a la situación actual?
Se han de buscar responsabilidades y los responsables de este naufragio deben, al menos, ser sancionados financieramente. La impunidad sería inmoral. No podemos conformarnos con hacer pagar a los accionistas, a los clientes, a los asalariados, a los contribuyentes y exonerar a los principales responsables.
¿Quién podría aceptar algo que sería, ni más ni menos, una gran injusticia?
Además, hay que reglamentar los bancos para regular el sistema, ya que los bancos son el núcleo del sistema.
Hay que dejar de imponer a los bancos reglas de prudencia que incitan primero a la creatividad contable y no a gestionar con rigor los riesgos. En el futuro, habrá que controlar mucho mejor la forma en la que desempeñan su oficio, el modo de evaluación y de gestión de los riesgos, la eficacia de los controles internos, etc.
Habrá que imponer a los bancos financiar el desarrollo económico y no la especulación.
La crisis que vivimos debe conducirnos a una reestructuración de gran amplitud de todo el sector bancario mundial. Teniendo en cuenta lo que acaba de ocurrir y la importancia de las implicaciones para el futuro de nuestra economía, es evidente que, en Francia, el Estado estará atento y desempeñará un papel activo.
Habrá que enfrentarse al problema de la complejidad de los productos de ahorro y de la opacidad de las transacciones para que cada uno pueda evaluar realmente los riesgos que corre.
Pero también habrá que plantearse preguntas polémicas como la de los paraísos fiscales, las condiciones en las que se realizan las ventas al descubierto que permiten especular vendiendo títulos que no se poseen o la cotización continua que permite comprar y vender en todo momento activos y que influye –como sabemos– en las aceleraciones del mercado y en la creación de burbujas especulativas.
Habrá que interrogarse sobre la obligación de contabilizar los activos al precio del mercado que tanto desestabilizan en caso de crisis.
Habrá que controlar a las agencias de calificación que –insisto en ello– han presentado fallas. De ahora en adelante, ninguna institución financiera, ningún fondo deben poder escapar al control de una autoridad de regulación.
Pero la reorganización del sistema financiero no sería completa, si a la par no se previera acabar con el desorden monetario.
La moneda está en el centro de la crisis financiera y de las distorsiones que afectan a los intercambios mundiales. Si no somos cuidadosos, el dumping monetario acabará por engendrar guerras comerciales extremadamente violentas y dará vía libre al peor proteccionismo. Ya que el productor francés puede obtener todos los beneficios de productividad que quiera o que pueda. Puede incluso competir con los salarios reducidos de los obreros chinos, pero no puede compensar la infravaloración de la moneda china. Nuestra industria aeronáutica puede ser muy eficaz, pero no puede luchar contra la ventaja competitiva que la infravaloración crónica del dólar da a los constructores estadounidenses.
Por tanto, reitero hasta qué punto me parece necesario que los Jefes de Estado y de Gobierno de los principales países concernidos se reúnan antes a fin de año para extraer las lecciones de la crisis financiera y coordinar sus esfuerzos para restablecer la confianza. He realizado esta propuesta de pleno acuerdo con la Canciller alemana, la Sra. Merkel, con quien me he entrevistado y con quien comparto las mismas preocupaciones a propósito de la crisis financiera y sobre las lecciones que vamos a tener que extraer.
Estoy convencido de que el mal es profundo y de que hay que renovar todo el sistema financiero y monetario mundial, como en Bretton Woods después de la II Guerra mundial. Así, podremos crear herramientas para una regulación mundial que la globalización y la mundialización de los intercambios hacen necesarias. No se puede seguir gestionando la economía del siglo XXI con los instrumentos económicos del siglo XX. Tampoco se puede concebir el mundo del mañana con las ideas de ayer.
Cuando los bancos centrales hacen todos los días la tesorería de los bancos y cuando el contribuyente estadounidense va a gastar un billón de dólares para evitar una quiebra generalizada, ¡me parece que la cuestión de la legitimidad de los poderes públicos para intervenir en el funcionamiento del sistema financiero ya no se plantea!
A veces, la autorregulación es insuficiente. A veces, el mercado se equivoca. A veces, la competencia es ineficaz o desleal. Entonces, el Estado tiene que intervenir, imponer reglas, invertir, tomar participaciones, a condición de que sepa retirarse cuando su intervención ya no sea necesaria.
No habría nada peor que un Estado preso de los dogmas, preso de una doctrina rígida como una religión. Imaginemos cómo estaría el mundo, si el Gobierno estadounidense no hubiese hecho nada frente a la crisis financiera, con el pretexto de respetar una supuesta ortodoxia en materia de competencia, de presupuesto o de moneda.
En estas circunstancias excepcionales en las que la necesidad de actuar se impone a todos, llamo a Europa a reflexionar sobre su capacidad para hacer frente a la urgencia, a concebir de nuevo sus reglas, sus principios, extrayendo lecciones de lo que ocurre en el mundo. Europa debe dotarse de los medios necesarios para actuar cuando la situación lo exige y no condenarse a padecer.
Si Europa quiere preservar sus intereses, si quiere poder intervenir en la reorganización de la economía mundial, debe iniciar una reflexión colectiva sobre su doctrina de la competencia –a mi juicio, la competencia es sólo un medio y no un fin en sí–, sobre su capacidad para movilizar recursos para preparar el futuro, sobre los instrumentos de su política económica, sobre los objetivos asignados a la política monetaria. Sé que es difícil porque Europa incluye 27 países, pero cuando el mundo cambia, Europa también debe cambiar. Debe ser capaz de transformar sus propios dogmas. No puede estar condenada a la variable de ajuste de las demás políticas, por no disponer de medios para actuar. Y quiero hacer una pregunta seria: si lo ocurrido en Estados unidos, hubiese ocurrido en Europa, ¿con qué rapidez, con qué fuerza, con qué determinación se habría enfrentado Europa, con las instituciones y los principios actuales, a la crisis? Para todos los europeos, es evidente que la mejor respuesta a la crisis debería ser europea. En mi condición de Presidente de la Unión, propondré iniciativas en este sentido en el próximo Consejo europeo del 15 de octubre.