Thursday, January 31, 2008

ESTADOS UNIDOS: ¿VÍCTIMA O GANADOR EN LA GLOBALIZACIÓN?

Aurelio Suárez Montoya, La Tarde,
Pereira, enero 22 de 2008

La contradicción principal en el mercado petrolero radica en que la demanda y el consumo están en los países más poderosos y la producción y las reservas se hallan en países en vía de desarrollo. El presidente Bush había definido la situación energética norteamericana como "la peor crisis de suministro de energía desde la década de 1970"; y tras los ejércitos invasores a Oriente irían “los intereses de las compañías petroleras en pos de rescatar, en un momento crítico, la posición dominante que antes tuvieron”. La guerra, librada desde 2003, no ha reversado el desbalance histórico entre la oferta y la demanda energética en Estados Unidos, sino que la tendencia deficitaria y sus secuelas han aumentado.

Las cifras petroleras de la superpotencia son dramáticas. En 1970 producía 10,2 millones de barriles de crudo diarios y para 2007 esa cifra se había rebajado a 5,2. Entre tanto, la demanda, que en 1990 ya sumaba 15,6 millones por día, llegó a 21 millones en 2007. Mientras su capacidad productiva de petróleo entre 1950 y 2006 se ha reducido a la mitad, el consumo entre 1970 y 2006 se ha triplicado. La consecuencia es una dependencia cada vez mayor del petróleo extranjero. En 1981 importaba en promedio 181 millones de barriles al mes, en 2007 compró en el exterior 410 millones mensuales, 303 de crudo y 107 de derivados. La situación es más grave si se tiene en cuenta que las reservas estadounidenses se conservan estancadas desde 1990 en 1.600 millones de barriles y que no han podido incrementarse pese a que ahora tiene mayores necesidades.

El análisis de la matriz de energía de Estados Unidos deja ver el poco margen que tiene para abastecer de este recurso básico a la actividad cotidiana de sus ciudadanos. Para satisfacer el consumo de 100 unidades de energía, apenas produce 23 provenientes del carbón, 18 del gas natural, 10 del petróleo, 7 de la energía nuclear eléctrica, 3 de los agrocombustibles, 2 de la hidráulica, 2 de las plantas de gas líquido y 1 de la geotermia, la solar y la eólica. Como esa oferta no corresponde con las exigencias de la sociedad norteamericana, la cual requiere, por cada 100 unidades de energía, 40 que vengan del petróleo, 23 del carbón, 22 del gas natural y el 15 restante entre la nuclear, los agrocombustibles, la hidráulica y de otras fuentes naturales como sol, viento y geotermia; tiene que importar el equivalente a algo más de 34 unidades, 30 con origen en petróleo y 4 entre carbón, etanol, carbón coque y gas natural. Los combustibles fósiles son el 85% del total de dicha matriz y financiarla por completo le vale a la economía imperial 500.000 millones de dólares anuales. Una tercera parte de esa energía total va para la industria, el 28% para el transporte, el 21% para los hogares y el 18% para el comercio.

Insólitamente, después de cinco años de guerra, los consumidores han visto subir a precios récord la gasolina y el petróleo importado. La primera, entre 2003 y 2007, dobló su precio, al pasar el galón de 1,5 dólar a más de 3; y, el segundo, multiplicó por más de cuatro su cotización, de 20 a 90 dólares el barril, entre 2002 y enero de 2008.

A contramano, los resultados de las grandes firmas petroleras, triunfantes en medio de la desgracia general, como Chevron Texaco que reportó en 2006 ingresos por casi 205 mil millones de dólares, utilidades por más de 17 mil y rentabilidades superiores al 22%, son exorbitantes. O como Exxon-Mobil, que entre 2004 y 2006 vio subir sus ingresos en un 20%, al incrementarlos de 298 mil millones a 377 mil, y las utilidades en más del 50%, de 25.330 millones a 39.500. No se sabe cuánto tiempo resta al disfrute de tan enormes ganancias cuando sus brazos financieros como el Citygroup padecen una crisis que paulatinamente se va pareciendo más al crack de 1929 y con ello se va tornando más insoluble este problema quizás el peor de todos los que padece el Imperio, por el que está dispuesto a aplastar pueblos enteros y que, junto con las continuas erupciones económicas, van configurando un círculo vicioso que remarca el declive en su destino.

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