Por Hans-Hermann Hoppe
Imaginemos un gobierno mundial, elegido democráticamente. ¿Cuál sería el
probable resultado donde todos los habitantes del planeta votan? Seguramente
ganaría una coalición de China y la India y el nuevo gobierno mundial, para ser
reelecto, probablemente decidiría que hay demasiada riqueza concentrada en el
occidente y mucha pobreza en el resto del mundo, por lo cual es necesario
instrumentar una sistemática redistribución de la riqueza. O imagínese que en
su país la votación es ampliada para incluir a los mayores de 7 años; el
resultado sería una legítima preocupación de que los niños tengan igual y
adecuado acceso a refrescos, hamburguesas y videos gratuitos. El sufragio
universal en cada país ha logrado lo que una democracia mundial alcanzaría: una
permanente tendencia a la redistribución del ingreso y de la riqueza.
La implicación es que bajo la democracia la propiedad personal se vuelve
alcanzable por los demás. La mayoría tratará de enriquecerse a costa de la
minoría. Esto no implica que habrá una clase rica y otra pobre y que la
redistribución será uniforme, de los ricos a los pobres. Frecuentemente son los
poderosos quienes logran ser subsidiados por los pobres. Por ejemplo, la
educación universitaria “gratuita” no suele beneficiar a la clase trabajadora
que no va a la universidad, sino a la clase media y alta que sí. Y pronto se
redefine quién es “rico” y merece ser saqueado y quién es pobre y merece
recibir el producto del saqueo.
Si vemos a la democracia como una maquinaria popular de redistribución y le
añadimos el principio económico de que alguno siempre recibirá más de cualquier
cosa que sea subsidiada, obtenemos la clave para comprender la era actual.
La redistribución reduce el incentivo del dueño o productor y aumenta el
incentivo de quien no es el dueño ni productor de la cosa. El resultado de
subsidiar a individuos porque son pobres es más pobreza. Si se subsidia al
desempleado habrá más desempleo. Financiar a las madres solteras producirá más
niños sin padre conocido y más divorcios. Prohibir el trabajo de los menores
transfiere el ingreso de las familias a parejas sin hijos y se reduce la
natalidad.
Subsidiar a los irresponsables, neuróticos, alcohólicos, drogadictos,
enfermos de SIDA y a quienes tienen problemas físicos y mentales a través de
seguros obligatorios de salud aumentará todos esos problemas. Al hacer que los
demás paguen por la prisión de los delincuentes –en lugar de obligar a estos a reembolsar
a sus víctimas y a pagar por su propia prisión– se incrementan los delitos. Al
obligar a los dueños de tierras a subsidiar a las especies en peligro de
extinción a través de legislación ambiental, los animales se benefician y la
gente sale perjudicada.
Y lo más importante, al obligar a los dueños de propiedades y a los
productores a subsidiar a los políticos, sus partidos y a la burocracia, habrá
menos creación de riqueza, menos productividad y más parásitos.
Los empresarios y sus empleados no generan ingresos a menos que produzcan
bienes y servicios que se venden en el mercado. Las compras de tales bienes y
servicios son voluntarias y así los consumidores demuestran que los prefieren
al dinero que cuestan. Nadie “compra” los bienes y servicios del gobierno. Son
producidos, cuestan dinero, pero no se venden ni se compran en el mercado. Como
nadie los compra, nadie puede demostrar si se justifica su costo. La
implicación práctica de subsidiar a los políticos y funcionarios es que se
trata de un subsidio a la producción en sí, sin consideración alguna del
bienestar de los consumidores de tales servicios, sólo el bienestar de los
“productores”, es decir, de los políticos y funcionarios. Entonces, la
expansión del sector público aumenta la flojera, la incompetencia, el mal trato
y el desperdicio, lo mismo que la arrogancia, la demagogia y las mentiras
oficiales.
Debemos tener claro que la falta de democracia no fue lo que provocó la
bancarrota del socialismo soviético. El problema no fue el método de selección
de los gobernantes sino que las decisiones económicas estaban en manos de los
políticos y funcionarios del régimen.
Bajo cualquier forma de gobierno, incluyendo la democracia, la clase
dirigente (los políticos y funcionarios) es siempre una pequeña minoría. Y
aunque cientos de parásitos pueden vivir de miles de cuerpos, miles de
parásitos no pueden vivir de cientos de cuerpos.
Mi conclusión es que lejos de encaminarnos hacia un gobierno mundial, la
vía correcta es la secesión y el separatismo hacia comunidades y territorios
cada vez más pequeños, dándose así legitimidad al orden natural.
© Agencia Interamericana de Prensa Económica
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