Friday, August 21, 2009

Como masificar al soberano

por Manfred F. Schieder

“El deseo del niño por alcanzar la meta que se ha propuesto lo lleva a actuar correctamente. NO es la maestra quien le advierte sobre sus errores y le enseña a corregirlos, sino una compleja actuación de la propia inteligencia del niño la que lo lleva al resultado que se propuso.’
(María Montessori en "Ideas Generales sobre el Método")

Es el primer día de clase.
Para los más pequeños en el jardín de infantes, para los mayorcitos el primer grado. Impecables en sus delantales, “cual inocentes palomitas", dirá la Sra. Directora o el Sr. Director en su alocución. En sus uniformes o, simplemente, en raídas zapatillas, formarán, cual soldados (la comparación es inevitable y no menos amedrentadora), fila tras fila, columna tras columna, la nueva dotación de mentes que aguardan recibir nuevos conocimientos.
Al sonar el timbre o la campana, en las regiones modestas, caminan hacia el aula, se ubican, preparan sus útiles de escritura, el cuaderno y prestan atención, anhelantes y no sin temor, a lo que dirá la maestra. Aún no lo saben y muchos no lo sabrán jamás, pero se encuentran en un laboratorio, en una sala de torturas indoloras, dirigida desde el Ministerio de Educación y sus dependencias, donde se amoldará sus cerebros a lo que quienes gobiernan dispongan.
Ha comenzado el proceso oficial de sometimiento del soberano, el lento pero preciso operativo de masificación.
Es el Día del Control Total.
Esa filósofa suprema que inició y terminó en una sola labor la totalidad de la filosofía - Ayn Rand - expresó graves palabras sobre la educación al comparar al sistema educacional vigente en el mundo con esa ocupación horrorosa de los siglos pasados que Víctor Hugo describe en su obra “El Hombre que Ríe”: Los Comprachicos.
Los Comprachicos negociaban con niños. Los compraban, los desfiguraban de mil espantosas maneras para convertirlos en gnomos bufonescos y los vendían a reyes y príncipes como objetos de diversión. En la China, por ejemplo, tomaban una criatura de dos o tres años, la colocaban en una vasija de porcelana y la dejaban crecer, durante años, dentro de tan bizarro corsé. Esto comprimía las carnes y retorcía los huesos. En cierto momento, cuando el daño ya era irreparable, se rompía la vasija y se obtenía un hombre moldeado como el recipiente.
Anticipándome al contenido de este artículo quiero recordar al lector que el daño no se transfería a los genes.
La práctica misma, empero, no ha desaparecido. Ahora es más sutil, menos evidente.
Los colectivistas han descubierto que es menos riesgoso y de todas formas muchísimo más redituable retorcer los cerebros. Fieles a sus malvados propósitos fabrican aquello que responde a su meta de uniformar a la población mundial: robots, seres descerebrados programados pare obedecer al Stalitler de turno, a quien complace explotarlos y enviarlos a su temprana muerte, por lo cual, incluso, aun es vitoreado. Si el lector no lo creyese puedo remitirlo a leer la historia mundial.
La educación en manos del Estado es, de por si, una inmoralidad y defender a la misma a partir de la aseveración que con ello se asegura una igualdad en la oportunidad educativa de toda la población, equivale a no entender la raíz misma de la cuestión.
No se trata de una cuestión de economía, como permanentemente insiste la educación estatal. Hasta el más lego en la materia ha de entender que una educación privada es SIEMPRE menos onerosa que la estatal, encarecida por un inevitable exceso burocrático. Pero por más importante que pueda ser este aspecto del tema para la totalidad de la población, no puede su consideración afectar de manera alguna lo que la educación en manos gubernamentales - o de sectores protegidos por el Estado - significa filosófica y psicológicamente.
La idea fundamental es adoctrinar al “soberano” para que actúe a partir de ahí como un títere programado. La meta evidente es la de bloquear aun la mínima posibilidad de desarrollar ideas distintas, quizá nuevas, a partir de la observación personal de los hechos, sin la influencia de imbuídos conceptos.
Ludwig von Mises, economista gigantesco, expresa en su “Acción Humana”: “La enseñanza primaria fácilmente deriva hacia la adoctrinación política… El partido en el poder controla siempre la instrucción pública y puede, a través de ella, propagar sus propios idearios y criticar los contrarios.”
Incluso Bertrand Russell, a quien mal se le puede aplicar mote alguno de defensor del liberalismo, reconoció la maldad contenida en la educación pública al decir: “La educación estatal produce una manada de fanáticos ignorantes, prestos a iniciar una guerra o una cacería de brujas si así se les ordena hacerlo. Tan grande es este mal que el mundo sería mejor si nunca se hubiese iniciado la educación estatal.”
Ayn Rand menciona en su articulo “La Doctrina de la Igualdad de Oportunidades en la Educación” un punto particularmente inmoral: “El gobierno,” dice allí, “no tiene derecho alguno de imponerse como árbitro de ideas y, en consecuencia, sus establecimientos - las escuelas públicas y semipúblicas - no tienen tampoco el derecho de enseñar un único punto de vista, con exclusión de todos los demás. No tiene derecho de ponerse al servicio de las creencias de ningún grupo de ciudadanos en particular e ignorar y silenciar a los demás. No tiene el derecho de imponer desigualdad alguna sobre ciudadanos que llevan por igual el lastre de su sustento. Al igual de lo que ocurre con los subsidios estatales para las ciencias, es viciosamente errado forzar a un individuo a pagar por la enseñanza de ideas diametralmente opuestas a las suyas; es una violación profunda de sus derechos. Esta violación se vuelve monstruosa cuando son sus ideas las que se excluyen de tal enseñanza pública, ya que significa que está obligado a pagar por la propagación de aquello que considera falso y malvado y la supresión de aquello que entiende ser verdadero y bueno.”
La masificación de la especie, propósito declarado de todo colectivista, lleva a la humanidad a su segura destrucción. El hombre no comparte con las demás especies la característica que permite sobrevivir a éstas: adaptarse al medio ambiente. Por lo contrario, su naturaleza determina como método de supervivencia lo opuesto: debe acomodar al medio ambiente a sus propias necesidades. Este fin, diametralmente opuesto al dejarse llevar, al adaptarse, exige, claro está, una actividad compleja que sólo el ser humano es capaz de realizar: entender la realidad, comprender sus leyes resultantes y aplicar la imaginación para adaptar los materiales de la realidad - los elementos físico-químicos - a sus necesidades, siendo la imaginación la facultad de reordenar los elementos de la realidad para alcanzar valores humanos. La imaginación no funciona en un vacío: requiere del conocimiento de los elementos que se desean reordenar.
La compulsiva educación colectivista es la culpable directa del estado de neurosis permanente que hoy en día predomina en el mundo. La desindividualización no logró ni logrará jamás cambiar al ser humano hasta el punto de dejar de ser lo que es: Hombre-Individuo. Solamente logra aplastar esa característica esencial con toneladas de miedo político y social que incluyen la adoctrinación del ser humano para transformarlo en aquello que no es: masa informe. El resultado es la desintegración social (un proceso de reversión: la bestialización del hombre), el desatado odio hacia los demás expresado en el terrorismo (explosión directa de quienes han sido privados, sin saberlo, de su individualidad y su racionalidad), la falta de toda creatividad artística (barbudos y desaliñados “artistas” produciendo la injustificable y repugnante expresión adulta de las manchas con las cuales los niños tratan de representar la realidad que los rodea), las manadas de hippies y sectarios cínicos y amargados que retornan a las épocas cavernarias, la universalización de la drogadicción como única pero horrorosa válvula de evasión de un mundo que el colectivismo produjo, como evidencia de su malevolencia metafísica, a su imagen y semejanza, y cuyo único resultado posible es una acelerante degradación de la especie.
El proceso de masificación, que se encuentra en el origen de los resultados arriba descritos, comienza ya en los primeros años de vida del niño, A decir verdad, son éstos los años decisivos. Lo son tanto que han permitido decir a los jesuitas: “Dadnos un niño durante siete años y después podréis hacer lo que queráis con él." O sea, lo habrán deformado - como Comprachicos - en un obediente robot, Es en estos años que se le niega al niño el contacto directo con la realidad. Se le enseña - o sea, se lo compele - a adaptarse a lo que “la sociedad” demande. De hecho, se lo compulsa a ajustarse a lo que la sociedad - el grupo dirigente - determine; no a conocer la realidad. Esta es presentada como algo cambiante, inseguro, en lo que no se puede fiar. Se provoca así un estado de confusión permanente en un cerebro que es una hoja en blanco y que necesita desesperadamente datos informativos, y se obtiene el resultado apetecido: una mente insegura que se adhiere fácilmente a lo que dicten los mayores: los maestros primero, los conductores espirituales después, finalmente el estado dictatorial. La religión participa en forma permanente y activa de este proceso. A lo largo del mismo, la mayoría se somete; en una minoría el clima de rebelión - el individuo que intenta reafirmarse frente a un orden que no le es propio y que quiere destruirlo - es constante.
Pero si el hombre quiere sobrevivir como especie depende de una individualización cada vez mayor de cada uno de sus componentes. Cada hombre debe sobrevivir y progresar POR SI MISMO. Existe una estructura social - el Capitalismo - donde se dan las condiciones exactas para esta meta, pero en este artículo deseo llamar la atención a otro aspecto de la cuestión: PARA SOBREVIVIR. El. SER HUMANO NECESITA INFORMACIÓN, NO UNIFORMACIÓN.
Existe un solo método de enseñanza basado en el respeto de la individualidad de cada niño y es el que creó la Dra. María Montessori (1870-1952) en su nativa Italia. El método ha sido ideado para los niños en sus primeros años de vida y es tan evidente en su propósito de lograr Hombres-Individuos que los colectivistas lo reconocieron de inmediato como enemigo insoslayable. Cuando los fascistas llegaron al poder en Italia ordenaron la clausura de todas las escuelas donde se aplicaba el sistema creado por María Montessori. En Alemania y Austria - en los años que fueron regidos por el nazismo - se quemaron efigies de la pedagoga sobra piras de sus propios libros, en parques públicos en Berlín y Viena.
El sistema Montessori hace hincapié en lograr que el niño comprenda, en primer lugar, conceptos elementales tales como altura, espesor, forma, textura, color, sonido, etc. y que tome conciencia de que la realidad no es caprichosamente cambiante sino que cada cosa tiene un lugar adecuado, que el mundo que lo rodea es comprensible e inteligible, que las cosas no desaparecen inexplicablemente y que él está capacitado para tratar con ellas. Esto quita el factor "miedo" de una mente que se está formando, lo cual, a su vez, brinda una plataforma de seguridad sobre la cual puede, confiadamente, adquirir nuevos conocimientos. El resultado es una consciente sensación de auto-suficiencia (son los materiales quienes le indican el proceso de ordenamiento objetivamente correcto y no necesita, por ello, depender de la "autoridad de los adultos”) y una creciente individualización. Este es el origen mismo de hombres capaces de sobrevivir y progresar por sus propios medios.
Ayn Rand explicó así el proceso: ‘Dado que el propósito de los materiales de Montessori es ayudar al niño en el desarrollo de su conciencia, o sea entender la naturaleza de la realidad y aprender a tratar con ella - la rigidez de los problemas que debe resolver provee la lección más importante que aprenderá jamás: le enseña la Ley de Identidad (A es A). Aprende que la realidad es un absoluto que no puede ser alterado por caprichos y que si quiere tratar adecuadamente con ella debe hallar la única respuesta correcta. Aprende que un problema tiene una solución y que él tiene la habilidad de resolverlo, pero que debe buscar la respuesta en la naturaleza de las cosas con las que trate y no en sus sentimientos. Esto lo prepara, desde sus primeros pasos cognitivos, para el momento en que, siendo adulto, entienda el principio de que “la Naturaleza, para ser comandada, debe ser obedecida" - momento éste en que tal principio se habrá automatizado en su mente. Todo intento de “educar al soberano” con inseguridad, caprichos y atemorización produce los pobres neuróticos que claman contra "la tiranía de la realidad’” (de "The Montessori Method", por Beatrice Hessen - The Objectivist/Julio de 1970).
Son los padres - especialmente aquéllos que no lograron superar individualmente el proceso oficial de uniformación - quienes deberían considerar con especial dedicación esta cuestión en relación con sus hijos. El mundo que produjo el colectivismo podrá ser el “ideal” de intelectuales y políticos pusilánimes y malvados, pero no podrá serlo jamás para hombres que, aun educados en la colectivización, todavía retienen en sí la capacidad, no importa cuán vagamente, de desear un mundo mejor para sus hijos. Tal mundo mejor no se logra aferrándose a lo que yo llamo “La Noria del Arroró”, el obstinado canto de sirena de que las cosas son así y no pueden ser rectificadas, sino tomando la decisión de repensar la situación, de no aferrarse a lo que los hipnotizantes Comprachicos quieren hacernos creer. El hombre no es masa informe sino Individuo. La repetitiva deformación física no tiene efectos genéticos (la circuncisión es una de las tantas pruebas de ello). No menos cierto es el efecto de la deformación mental inducida por los colectivistas. Miles de años de obligar a los hombres a comportarse como masa informe jamás logró ni logrará jamás un engendro semejante. Los hombres nacen como Individuos. Pero es la misión de su vida afirmarse como tales.
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Nota: El original en inglés del presente artículo fue publicado en las páginas del Web de "Rebirth of Reason" (http://rebirthofreason.com/Articles/Schieder/ALIGNING_the_CITIZEN.shtml). Traducción al castellano del autor.

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