Saturday, November 29, 2008

Llevemos la cuenta

La Reserva Federal y la Secretaría del Tesoro del Gobierno de los Estados Unidos han gastado desde Octubre Primero de 2008:

$800 millardos para apoyar la deuda del consumidor en soporte de las hipotecas
$100 millardos en Fannie Mae
$100 millardos en Freddie Mac
$150 millardos en el Paquete de Estímulo (a partir de Enero)
$ 8 millardos en Indymac
$ 29 millardos en Bear Stearns
$700 millardos en Wall Street (Bank of America; Merrill Lynch, City Group, JP Morgan, Washington Mutual, Wells Fargo, Wachovia, Morgan Stanley, Goldman Sachs...)
$143.8 millardos en AIG (y sigue creciendo)
$ 25 millardos en las 3 Grandes de Detroit
$138 millardos en Lehman Brothers (post quiebra) a través de JP Morgan
$ 50 millardos para fondos de mercados monetarios (money market funds)
$620 millardos para swaps de moneda corriente general (general currency swaps) de los bancos de la FED
Total : $2,863,800,000,000 (dos billones ochocientos sesenta y tres mil ochocientos millones)

NOTA: Un millardo = mil millones
Un billón = un millón de millones

Wednesday, November 26, 2008

Ponzi y la seguridad social

Por José Ignacio del Castillo - tomado de liberalismo.org

Las legislaciones mercantil y penal prohiben las ventas piramidales. La figura está tipificada como estafa. Hasta alguna conocida empresa que las practica, se encuentra incluida dentro de la lista de sectas destructivas elaborada por diversas organizaciones. En Albania, la banca piramidal llevó en los 90 al país al borde de la guerra civil y a cientos de miles de familias a perder todos sus ahorros.

Para quien no las conozca, haré un breve resumen de su funcionamiento. En el esquema ideado por Ponzi en su versión moderna, las personas situadas en la base, que ya han entregado su dinero y que, no pueden ascender en la pirámide hasta que encuentren compradores que ocupen su lugar y amplíen la base, financian a los que se encuentran en el vértice.

En España se puso de moda hace trece años una versión que se denominaba “la cadena de oro”. Según prometía, se podían ganar cinco millones de pesetas sin arriesgar un duro. Todo lo que había que hacer era comprar la última posición de la lista, ingresando 5.000 pesetas en la cuenta corriente de la persona que apareciese en primer lugar de la lista –que en ese momento abandonaba la lista cediendo su lugar al segundo- y pagar otras 5.000 al vendedor (en este caso la persona situada en el último lugar, que con dicha venta ascendía un puesto). El dinero se recuperaba vendiendo dos copias de la lista, es decir el último lugar, a dos nuevos compradores que debían hacer lo mismo (ingresar 5.000 pesetas en la cuenta del nuevo líder y pagar 5.000 pesetas al vendedor). Como se entraba en décima posición, llegar a liderar todas y cada una de las cadenas bifurcadas suponía poder ingresar dos elevado a diez por 5.000, es decir 5.120.000 pesetas.

La estafa es evidente: siempre hay una masa de vendedores que no encuentran comprador, que han pagado 10.000 pesetas por algo que no tiene ningún valor y que con su gasto soportan la ganancia de aquellos que lanzaron el sistema.

Pues bien, lo que justamente es considerado una estafa para todo el mundo, se vende como una gran “conquista social” cuando se realiza por el estado. Me estoy refiriendo por supuesto a la Seguridad Social y su “sistema de reparto”. El sistema de “solidaridad intergeneracional” no es más que un burdo timo siempre necesitado de nuevos y más abundantes pardillos sobre los que descansar. Cuando el número de españoles ya no es suficiente, se hace necesario importar “cotizantes” aun a riesgo de convertir España en los nuevos Balcanes.

Que se entienda bien: los que cotizan ahora no están ahorrando e invirtiendo en ninguna producción; no están adquiriendo capital ni comprando nada de valor. Son extorsionados con la vaga promesa de que cuando envejezcan encontrarán nuevas víctimas.

¡Ah! Se me olvidaba. Lo mismo cabe decir letra por letra del papel moneda respaldado con deuda pública. Ya nos extenderemos más en otra ocasión.

Sunday, November 23, 2008

Quienes son los dueños de los bancos de la Reserva Federal?

por Andy Gause
Escrito en Octubre de 2003

Los bancos de la Reserva Federal son consorcios privados controlados por 8 familias que tienen la mayoría de sus acciones: Los Rothschilds de Inglaterra y Alemania, Moses Seif de Italia, Los hermanos Lazard de Francia, los Warburg de Alemania, Kuhn-Loeb de Alemania, Goldman-Sachs de los Estados Unidos, los Hermanos Lehman de los Estados Unidos y los Rockefeller de los Estados Unidos. Sólo tres de esas familias son Americanas. Este pequeño grupo decide la suerte de millones de personas con sus políticas y maniobras financieras. El Barón Meyer Amschel Bauer Rothschild, nacido en 1744 y muerto en 1812, quien dijo, "Dadme control sobre la moneda de una nación y no me importa quien haga sus leyes".


Bancos de la Reserva Federal

Las 16 principales Bancos accionistas:

Rango Nombre Ciudad, Estado
1 Citigroup Inc. New York, NY
2 J.P. Morgan Chase & Co. New York, NY
3 Bank of America Corporation Charlotte, NC
4 Wachovia Corporation Charlotte, NC
5 Wells Fargo & Company San Francisco, CA
6 Bank One Corporation Chicago, IL
7 Taunus Corporation New York, NY
8 Fleetboston Financial Boston, MA
9 U.S. Bancorp Minneapolis, MN
10 ABN Amro North American Holding Co Chicago, IL
11 HSBC North America Inc. Buffalo, NY
12 Suntrust Banks, Inc. Atlanta, GA
13 National City Corporation Clevland, OH
14 The Bank of New York Co, Inc. New York, NY
15 Fifth Third Bancorp Cincinnati, OH
16 BB&T Corporation Winston-Salem, NC

Thursday, November 20, 2008

Producción Mundial de Inflación - Fondo Monetario Internacional

Por Henry Hazlitt

Tomado de The FREEMAN, Agosto 1971

La última crisis monetaria ilustra una vez más la poca solidez inherente al sistema del Fondo Monetario Internacional. Esto debería haber sido obvio cuando fue implantado por primera vez en Bretton Woods, N. H. en 1944. El sistema no sólo permite y fomenta sino casi obliga a la inflación mundial.
A continuación reproduzco un articulo que escribí en Newsweek del 3 de Octubre de 1949, durante otra de las grandes crisis monetarias. Hago esto para enfatizar el hecho de que la crisis actual pudo haberse previsto hace más de veinte años. No es sólo el resultado de errores en las recientes políticas económicas y monetarias de las naciones individualmente, sino una consecuencia inherente a las instituciones inflacionarias creadas en 1944 bajo la dirección de Lord Keynes de Inglaterra y Harry Dexter White de los Estados Unidos.
En un epílogo discuto las medidas necesarias para que salgamos de la presente crisis monetaria internacional y para evitar su repetición.
EL TERREMOTO MONETARIO INTERNACIONAL
[1]
Newsweek, 3 de Octubre, 1949
En una sola semana veinticinco naciones deliberadamente han recortado el valor de sus monedas. Nada comparable a esto ha sucedido antes en la historia del mundo.
Este terremoto monetario mundial conllevará muchas lecciones. Debería destruir para siempre la moderna supersticiosa fe en la sabiduría de los planificadores económicos gubernamentales y en los administradores monetarios. Este repentino y violento revés que estamos sufriendo prueba que los burócratas monetarios no entendían lo que estaban haciendo durante los cinco años anteriores. Desafortunadamente, lo sucedido está lejos de representar una buena base para suponer que entienden lo que están haciendo ahora.
Esta columna ha estado insistiendo por años sobre las dañinas consecuencias de sobre-valorar la moneda. El 18 de Diciembre de 1946 el Fondo Monetario Internacional afirmó que los déficits comerciales de los países europeos «no se verían reducidos, en forma apreciable, por cambios en la paridad de su moneda.. En Newsweek del 3 de Mayo de 1947, escribí: «Es precisamente porque sus monedas están ridículamente sobrevaloradas que las importaciones de estos países están más que estimuladas y sus industrias de exportación no pueden comenzar a funcionar». En la edición del 8 de Septiembre de 1947, así como en mi libro ¿Podrá el Dólar Salvar al Mundo?, Escribí: «Casi todas las monedas del mundo (con pocas excepciones como el Franco Suizo) están sobre-valoradas en términos de Dólar. Es precisamente esta sobrevaloración la que produce la llamada escasez de Dólares».
Aun así, hasta el 18 de Septiembre de 1949, los burócratas europeos persistían en que sus monedas no estaban sobrevaloradas, y aunque así fuera, esto no tendría nada que ver, o insignificantemente poco que ver, con sus déficits comerciales y la «escasez de Dólares», por lo que continuamente culpaban a los Estados Unidos. La tragedia fue que el Secretario de Estado Marshall, el Presidente y el Congreso, malentendiendo completamente la situación real, aceptaron esta teoría Europea y vertieron billones de dólares de los contribuyentes norteamericanos en las manos de los gobiernos europeos para financiar sus déficits comerciales que ellos mismos se estaban produciendo por su socialismo y controles cambiarios con monedas sobre-valuadas.
Con el tiempo, los administradores del Fondo Monetario aprendieron la mitad de la lección. Reconocieron que la mayoría de las monedas Europeas estaban sobre-valuadas. Reconocieron que esta sobre-valuación era el factor real causante de la llamada «escasez de Dólares» y del desbalance del intercambio internacional. Pero propusieron el remedio errado.
Ellos no pidieron sencillamente la abolición de los controles cambiarios. (Su propia organización desde su origen estaba ligada al mantenimiento de controles cambiarios). En vez de eso ellos propusieron que las valuaciones oficiales de moneda se hicieran «realísticamente»,. Pero la única valuación «realista» (mientras la moneda no tenga libre convertibilidad a una cantidad definida de peso en oro) es la valuación que el mercado libre le dé. La tasa de mercado libre es e único precio que mantiene la oferta y demanda en constante balance. Es la única tasa que permite la completa y libre convertibilidad entre los papeles moneda, todo el tiempo.
Sir Stafford Cripps, luchó hasta el final contra la idea que la tasa de la Libra Esterlina tuviera algo que ver con la cada vez más profunda crisis en Inglaterra. Tratando lo más posible de asemejarse y hablar como Dios, descartó esos temas con un desdén celestial. Pero a última hora experimentó un cambio intelectual que fue casi completamente aterrador. Nosotros, dijo, «debemos tratar de crear condiciones en las que el área esterlina no se vea imposibilitada para obtener los dólares que necesita. Este cambio en la tasa de intercambio es una de esas condiciones y la más importante.. Y siguiendo la teoría que lo que vale la pena hacer hay que hacerlo mejor, cortó la paridad de la Libra Esterlina, de la noche a la mañana de $ 4.03 a $ 2.80.
Existen fuertes razones (que el espacio no me permite enunciar en este momento), para concluir que la nueva paridad que él adoptó para la Libra Esterlina estaba muy por debajo de la paridad real que con el nivel de mercado libre se hubiera establecido el día que hizo el cambio. Lo que hizo, en otras palabras, no fue simplemente ajustar la Libra Esterlina a su valor de mercado el 18 de Septiembre sino una verdadera devaluación.
La primera consecuencia fue provocar una confusa devaluación competitiva de monedas, algo nunca visto en los años 30. La mayoría de las naciones ajustaron a nuevas tasas de cambio inferiores a lo que sus precios reales y costos indicaban. Estos países, por lo tanto, ahora tendrán que sufrir otra epidemia, la de supresión de inflación. Sus precios internos y sus costos de vida empezarán a subir. Los sindicatos entrarán en huelgas para mejorar salarios. Si el pasado (o si la declaración de Sir Stafford del 18 de Septiembre) sirviera de guía, el gobierno trataría de combatir esta situación con más controles internos de precios, racionamientos, aumento en los subsidios de productos alimenticios, presupuestos desbalanceados y fijación de salarios.
En este país, por el contrario, la tendencia será hacia tratar de bajar nuestro nivel de precios en alguna forma reduciendo el precio, expresado en dólares, de los bienes importados y forzando reducciones en el precio, también expresado en dólares, de los bienes exportados. Esto aumentará nuestros problemas precisamente en el momento que los sindicatos están presionando por aumentos de salarios en forma disimulada haciéndolo aparecer como un beneficio de seguro de pensión.
Será necesario re-examinar toda nuestra política económica exterior a la luz de los nuevos tipos de cambio. El plan Marshall de ayuda a los países europeos con moneda sobrevaluada era fútil; y el de ayuda a los países con moneda minus-valuada debiera ser innecesario. En efecto, puede que muy pronto seamos testigos de la reversión mundial de afluencia de oro. Por primera vez desde 1933 (sin contar los años de guerra 1944 y 1945), la afluencia de oro puede ser hacia afuera en vez de hacia nosotros.
Pero, haber eliminado las monedas sobre-valuadas aunque sea en la forma errónea, es, no obstante, un triunfo. La barrera principal que ha obstaculizado el intercambio mundial durante los últimos cinco años ha sido al fin derribada. Las principales excusas parar mantener esa red de controles y restricciones al intercambio han sido al fin destruidas. Si no fuera por los rumores sobre la explosión atómica en Rusia, el panorama hacia la libertad económica mundial sería, por lo menos, alentador.
El mejor comentario británico que he leído desde la devaluación, proviene del London Daily Express: «Dejemos que todos los países paguen lo que consideren que vale la Libra Esterlina... Pero los socialistas nunca permitirán liberar la Libra. Esto significaría el abandono de su sistema de controles... Si se libera el dinero, se libera a las personas..
EPILOGO 1971 [1]
Las predicciones hechas en este comentario de 1949 y que el ingreso de oro se revertiría, resultaron correctas. El déficit en nuestra balanza de pagos principió, en efecto, en 1950. Nuestra reserva de oro en 1949 de cerca de 25 billones estaba a su nivel más alto. Después, empezó a declinar. En 1957, cuando el déficit de nuestra balanza de pagos adquirió mayores proporciones, la declinación de nuestras reservas se aceleró.
Pero todo lo anterior no debería haber sido difícil de predecir porque adicionalmente a las revaluaciones mundiales de monedas en 1949, nuestras autoridades comenzaron a inflar nuestra propia moneda a una tasa altamente elevada. La «escasez» de dólares desapareció y fue rápidamente sustituida por «inundación de dólares». Lo que en otra forma hubiera sido una ligera tendencia hacia la disminución de nuestros precios fue distorsionado por una expansión en nuestra existencia de dinero. En Septiembre de 1947, dos años antes de la crisis de 1949, la existencia de dinero en los Estados Unidos (dinero en poder del público más depósitos bancarios) era $ 111.9 billones. En Septiembre de 1949, era sólo de $ 110 billones. Pero en Diciembre de 1950 había llegado a $115.2 billones. Las cifras al final de Mayo de 1971 eran de $225 billones.
Es importante recordar que el sistema monetario mundial no es de origen natural como el anterior patrón oro internacional, sino un plan arbitrario elaborado por un puñado de burócratas monetarios que ni siquiera estaban de acuerdo entre ellos mismos. Algunos de ellos querían papel moneda inconvertible, libre para fluctuar en los mercados cambiarios internacionales y «dirigidos» por los propios burócratas de cada país, solamente de acuerdo con «las necesidades de la economía doméstica». Otros querían «estabilidad cambiaria», que significaba valores fijos de cada moneda en relación a las otras. Pero ninguno de ellos quería una convertibilidad constante de su propia moneda, por cualquier persona, a presentación, a una cantidad fija de peso en oro. Esa había sido la naturaleza del patrón oro.
Así pues, se adoptó un compromiso. Únicamente el dólar americano sería convertible por oro contra demanda, a una paridad fija (un treinticincoavo de onza), pero sólo contra demanda de las bancas centrales y no de personas privadas. En realidad, a los ciudadanos privados se les prohibió pedir o inclusive tener oro. Las naciones restantes, con excepción de los Estados Unidos, deberían fijar una «paridad» de su unidad monetaria en términos de dólar y se obligaba a mantener esta paridad conviniendo en vender o comprar dólares hasta la suma que fuera necesaria para mantener su moneda en el mercado dentro de un margen del uno por ciento de la paridad fijada.
La carga de la responsabilidad De este modo se creó un sistema que aparentaba «estabilizar» todas las monedas ligándolas a través de cambios fijos; e indirectamente ligándolas a una proporción fija de oro a través del dólar. Este sistema aparentaba también tener la virtud de «economizar» oro. Si a esto no podría llamársele Patrón Oro, por lo menos podría llamársele Patrón de Cambio-Oro o Patrón de Cambio-Dólar.
Pero el sistema, precisamente porque «economiza reservas», permite una enorme expansión inflacionaria en la existencia de casi todas las monedas. Aun esta expansión podría haber tenido un limite definido si los administradores monetarios de los Estados Unidos hubieran constantemente reconocido las pesadas cargas y responsabilidades que sobre el Dólar impuso el sistema. Otros países podían caer en una espiral inflacionaria sin perjudicar más que a ellos mismos; pero el nuevo sistema asume que, por lo menos los administradores monetarios norteamericanos siempre deberían estar conscientes. Se deberían abstener de todo, hasta de la más moderada expansión para poder mantener la conversión del Dólar a oro constantemente.
Pero el sistema no era tal que mantuviera a los administradores en el ejercicio de su responsabilidad. Dentro del antiguo Patrón Oro, sí un país sobre-aumentaba sus créditos y su dinero y bajaba sus tasas de interés, inmediatamente comenzaba a perder su oro. Esto forzaba a subir nuevamente las tasas de interés y a contraer su dinero y su crédito. El «déficit en la balanza de pagos» era rápidamente, y casi en forma automática, corregido. El país deudor perdía lo que el país acreedor ganaba.
Sólo impriman otro billón
Pero, bajo el Patrón Cambio-Oro, el país deudor no pierde lo que el país acreedor gana. Si los Estados Unidos debe $1 billón a Alemania Occidental, simple y sencillamente les remite más de un billón en Dólares de papel. Los Estados Unidos no pierden nada, porque en efecto, o imprime un billón de Dólares o reemplaza los remitidos imprimiendo otro billón. El Banco Central Alemán entonces usa estos Dólares de papel, estos pagarés norteamericanos, como «reservas» contra las cuales puede emitir más Marcos.
Este sistema de «Patrón Cambio-Oro» comenzó a crecer en 1920 y 1921, pero el acuerdo de Bretton Woods de 1944 empeoró aún más las cosas. Dentro de este acuerdo, cada país se compromete a aceptar monedas de otros países a una paridad. Cuando los tenedores de Dólares los envían a Alemania, el Banco Central Alemán tiene que comprarlos sin importar la cantidad, a la par fijada para el Marco. En efecto, Alemania puede hacer esto imprimiendo más Marcos-papel para comprar más Dólares-papel. Esta transacción aumenta tanto las «reservas» como el medio circulante de Alemania.
Así pues, mientras nuestras autoridades monetarias argumentaban que la inflación norteamericana era por lo menos menor que algunas en Europa o en otras partes, se olvidaban de que por lo menos algunas de estas situaciones de inflación eran, en parte, resultado de nuestra propia inflación. Parte de los Dólares que imprimíamos no presionaban el aumento de nuestros precios porque salían fuera del territorio y presionaban el aumento de precios en otros países.
El sistema del Fondo Monetario Internacional, en resumen, ha sido parcialmente responsable de la inflación mundial en los últimos veinticinco años y de sus fatales y progresivas consecuencias políticas y económicas.
¿Qué se debe hacer ahora?
Mientras que las monedas mundiales continúen basadas en papel inconvertible, no tiene ningún objeto ajustar nuevamente las paridades. Lo que ahora se considera como valor «realista» de una moneda (en términos de otra) mañana ya no será real porque cada país llevará su inflación a diferente tasa.
El primer paso que hay que tomar es el que Alemania Occidental y algunos otros han tomado. Ningún país debería ya ser obligado a mantener la paridad de su moneda por medio del sistema de comprar o vender Dólares o cualquier otro papel moneda, a la par. El papel moneda debería poder «flotar» y su precio determinarse por la oferta y demanda del mercado. Esto tendería a mantener un «equilibrio» y el mercado, diariamente, indicaría qué monedas se están fortaleciendo y cuáles debilitando. El cambio diario en precios serviría como una alerta anticipada tanto para los habitantes del país como para sus administradores monetarios.
Los cambios flotantes serán, hasta cierto punto, desordenados e inciertos, pero lo serán menos, en un futuro, que las paridades estancadas apoyadas en compras y ventas secretas de los gobiernos. Los cambios flotantes, más que todo, probarán ser un sistema de transición. Es muy improbable que los hombres de negocios de las naciones principales toleren, por mucho tiempo, un papel moneda con valor fluctuante diariamente.
El segundo paso en la reforma monetaria debería ser que las bancas centrales de todos los países acordaran, por lo menos, no aumentar sus tenencias de papel-dólar, libras o cualquier otra moneda considerada como reserva.
Permitir a los ciudadanos la tenencia de oro
El próximo paso se aplica únicamente a los Estados Unidos. Parece no haber otra alternativa para nuestro gobierno que permitir francamente y de jure lo que ha estado sucediendo por los últimos tres años en forma inconsulta y de facto: Se debe anunciar abiertamente la no convertibilidad de dólares a oro al precio de $35.00 la onza. Se posee únicamente $1.00 en oro por cada 45.00 dólares-papel en circulación. Las obligaciones en dólares a los bancos centrales, únicamente, son más del doble de sus tenencias de oro. Si se permitiera verdaderamente la convertibilidad, en una semana se agotarían sus reservas totales de oro.
El gobierno debería anunciar, adicionalmente, que hasta nueva orden no compraría ni vendería oro.
Simultáneamente, no obstante, el gobierno debería suprimir todas las prohibiciones que existen de vender, poseer, comprar o celebrar contratos en oro. Esto significaría el re-establecimiento de un verdadero mercado libre de oro. Incidentalmente, debido a la desconfianza en las flotantes monedas de papel, los intercambios e inversiones internacionales se empezarían a expresar en términos de oro, con un peso específico de oro como unidad. El oro, aunque no sea monetizado por ningún gobierno, se volvería dinero internacional, si no el dinero internacional. En los mercados cambiarios del extranjero, el papel moneda se estaría cotizando en términos de oro. Aun en la ausencia de un convenio formal internacional, esto preparará el camino para el retorno de las monedas internacionales, país por país, al Patrón Oro.
Frenar gastos de gobierno que producen inflación
Todo esto atañe a la técnica. Lo que verdaderamente importa es la política, nacional y la política monetaria. Lo que es indispensable es parar la inflación tanto en los Estados Unidos como en cualquier otra parte. Los gastos gubernamentales deben cortarse; el presupuesto debe balancearse continuamente; a los administradores monetarios así como a los bancos privados se les debe quitar el poder que les permite constante y descuidadamente aumentar la cantidad de dinero.
Sólo absteniéndose de la inflación se puede conseguir que el Patrón Oro funcione; pero a su vez, el Patrón Oro provee la disciplina necesaria para facilitar la abstención de la inflación.
David Ricardo hace más de 160 años resumió esta relación recíproca: Aun cuando el papel moneda no tenga valor intrínseco, limitando su cantidad, su valor de cambio es igual al de una moneda de la misma denominación...
«La experiencia, no obstante, nos enseña que ni el estado ni los bancos han tenido alguna vez el poder irrestricto de emitir papel moneda sin haber abusado de dicho poder; en todos los estados, por lo tanto, la emisión de papel moneda debe estar sujeta a algún control, y ningún control es tan adecuado para este propósito como el hecho de sujetar a los creadores de papel moneda a la obligación de pagar sus notas en oro o en moneda de oro».
Tomado de FREEMAN, Agosto 1971
[1] [i] Traducido por CEES. Derechos de Autor Newsweek Inc. Octubre 3, 1949

[2] [ii] Agradecemos al autor el permiso para publicar este artículo

Tuesday, November 18, 2008

El fracaso del Estado "Social"

por el Profesor Jesús Huertas de Soto

El descalabro político, económico y social del socialismo en los países de la Europa del Este está afectando profundamente a aquellos teóricos occidentales que aún siguen empeñándose en defender y justificar el «socialismo intervencionista» que constituye la más íntima esencia y típica característica del denominado Estado social. Así, recientemente, Gregorio Peces-Barba ha publicado un artículo en la tercera página de ABC que, ante todo, nos pone de manifiesto en qué patética posición han llegado a situarse muchos intelectuales de Occidente que, como Peces-Barba, todavía quieren creer que el Estado intervencionista es capaz de mejorar el orden social.

Y, sin embargo, el análisis teórico más riguroso ha demostrado que tanto el «socialismo real» de las economías de tipo soviético como el socialismo intervencionista que se ha extendido en los países occidentales se basan en el mismo error intelectual y se encuentran, por tanto, a la larga, condenados al fracaso. Este error intelectual consiste simplemente, como de manera tan brillante y concisa ha puesto de manifiesto el premio Nobel F.A. Hayek en su último libro, titulado La Fatal Arrogancia, en la imposibilidad de que los responsables y funcionarios del Estado social puedan hacerse con el enorme volumen de información y conocimientos que constantemente crean, generan y utilizan de forma dispersa los millones de ciudadanos que han de sufrir sus órdenes y mandatos, tengan éstos o no forma de ley, y hayan sido o no elaborados más o menos «democráticamente». De manera que el intervencionista se encuentra siempre en una situación de «ignorancia inerradicable» frente a la sociedad civil.

Por ello le es imposible mejorar los procesos de coordinación y desarrollo de la sociedad mediante la sistemática extensión y profundización de esa «coacción institucional» que, en agudo contraste con la «idílica» imagen que se nos quiere presentar, constituye la más típica característica y manifestación de un Estado al que se le añade el calificativo de «social», con la finalidad de hacerlo al menos mínimamente atractivo, desorientando a los ciudadanos que cada día han de sufrirlo respecto al verdadero contenido y significado del mismo.

Las consecuencias de este error intelectual en el que se basa el ideal socialista se manifiestan en cuatro dimensiones: la económico-social y cultural, la jurídica, la ética y la política, las cuales, aunque se encuentran íntimamente relacionadas entre sí, es preciso analizar separadamente.

1. En el ámbito «económico-social y cultural», la obsesión reglamentista y recaudadora del Estado social dificulta, y en muchas ocasiones imposibilita, la generación de nuevas iniciativas y procesos, empresariales o no, que constituyen la savia más creativa y vivificadora que mantiene y permite el desarrollo del organismo social. De forma que el Estado social no sólo es incapaz de hacerse con la información que necesita para organizar coactiva y deliberadamente la sociedad, sino que además actúa como un pesado lastre «inhibidor» de la creación de nuevas ideas, proyectos y empresas por parte de los ciudadanos que constituyen la sociedad civil.

Se entiende ahora el hecho, tantas veces contrastado en la realidad, de que, a igualdad de circunstancias, el Estado social dificulta el desarrollo económico, generando siempre una sistemática escasez y pobreza relativa de ideas y recursos, precisamente en aquellas parcelas de la vida social en las que de forma más efectiva e intensa pretende intervenir.

Esto hace, además, que sea inevitable que los ciudadanos, en un comprensible y natural movimiento «defensivo», traten de desviar o evitar en sus circunstancias particulares los efectos para ellos más perjudiciales o drásticos de los mandatos coactivos del Estado, dando así lugar a la creación de una «economía sumergida o irregular», que si bien tiene un claro carácter superfluo y redundante, es una de las más típicas consecuencias del Estado social, y actúa positivamente como una verdadera «válvula de escape» frente a la coacción sistemática e institucional que le caracteriza.

2. En el ámbito «jurídico», el desarrollo del Estado social prostituye y vacía de contenido el concepto tradicional del Derecho, corrompe el funcionamiento de la justicia y desprestigia socialmente e incita a violar la Ley. En efecto, en el Estado social el Derecho tradicional, entendido como conjunto de normas de carácter general y abstracto aplicable por igual a todos, es sustituido por un confuso entramado de contradictorios reglamentos, órdenes y mandatos de tipo administrativo que cada vez constriñen y especifican más cuál ha de ser el comportamiento concreto de cada ciudadano. No es de extrañar, por tanto, que los ciudadanos vayan perdiendo el hábito de adaptación a normas generales y se vayan acostumbrando, por el contrario, a que todo les sea específicamente indicado y resuelto por el Estado.

Simultáneamente, y de forma paradójica, dado que eludir el mandato coactivo es, en muchas ocasiones, una exigencia impuesta por la propia necesidad de sobrevivir, el respeto social a la ley formal desaparece por completo y su incumplimiento pasa a ser considerado, desde el general punto de vista de la población, más como una loable manifestación del ingenio humano que se debe buscar y fomentar, que como una violación a un sistema de normas que puede perjudicar gravemente a la sociedad. A esta prostitución del concepto de ley inexorablemente le acompaña una paralela corrupción del concepto y de la aplicación de la justicia.

Esto es así porque en el Estado social el concepto tradicional de justicia es sustituido por un concepto espurio de justicia «social» según el cual, en vez de juzgarse comportamientos individuales aplicables por igual a todos dentro de un marco general de normas, la «justicia» se concibe como la estimación más o menos emotiva, primaria o pasional, del resultado de los procesos sociales, al margen de cuál haya sido el comportamiento de sus participes desde el punto de vista de las normas del Derecho tradicional.

Este fenómeno, junto con el alto grado de imperfección y caos de la maraña de órdenes y reglamentos en que se plasma la actividad legislativa del Estado social, hace que, con un poco de suerte y habilidad, casi cualquier pretensión puede llegar a impresionar favorablemente a un juzgador.

Surge así una generalizada inseguridad jurídica que, a su vez, crea un fortísimo incentivo para litigar y pleitear, todo lo cual disminuye aún más el grado de calidad de las decisiones judiciales, y así sucesivamente, en un proceso que, por desgracia, conocemos muy bien por la experiencia más próxima de nuestro propio país, y que amenaza con la desaparición de la justicia tradicional, o incluso de los propios jueces y magistrados, que, ante tanta confusión y carga de trabajo, corren el riesgo de convertirse en simples burócratas al servicio del poder político, encargados más de la misión de controlar el imposible cumplimiento del entramado de mandatos coactivos, que de la santa, abnegada y tantas veces incomprendida misión de aplicar a todos por igual la ley entendida en su sentido tradicional.

3. Las consecuencias que en el campo de la «ética» tiene el Estado social son también especialmente graves. En efecto, la imposición coactiva de determinados principios aparentemente más o menos «éticos» por parte del Estado social no sólo ahoga y acaba con los hábitos y prácticas individuales de preocupación por el prójimo y de caridad privada, sino que hace que la moral individual, a todos los niveles, se debilite e incluso desaparezca, siendo sustituida por un reflejo de ese típico misticismo organizativo propio del Estado que inevitablemente termina por influir también en el comportamiento individual de los ciudadanos.

Se hace prevalecer así, a nivel individual el típico voluntarismo socialista en cuanto a la consecución de los fines que se fijan y pretenden conseguir más como caprichos personales decididos «ad hoc» y alimentados en los propios deseos e instintos, que mediante la libre interacción humana sometida a normas y principios generales de carácter moral y legal. El resultado de este proceso de abandono de los principios tradicionales de la moral y de la ética individual (en el que, por cierto, han tenido mucho que ver diversos autores que, como Rousseau, son laudatoriamente citados por Peces-Barba en su artículo y que irresponsablemente califican los principios de ética individual como «represivas e inhibitorias tradiciones sociales») no es otro que el de eliminar las pautas de conducta que hicieron posible la evolución y el desarrollo de la civilización, arrojando indefectiblemente al hombre, falto de tan vitales guías y referencias sociales de actuación, a sus más atávicas y primitivas pasiones.

4. Finalmente, comentemos con brevedad la dimensión «política» del problema que plantea todo Estado social. Por un lado, los ciudadanos que sufren la coacción sistemática del Estado pronto descubren que tienen muchas más posibilidades de lograr sus fines si dedican su tiempo, esfuerzo e ingenio humano a tratar de presionar, influir y conseguir ventajas particulares y privilegios del Estado antes que a realizar actividades económicas verdaderamente productivas. La vida social, por tanto, se politiza en extremo, y el proceso espontáneo y armonioso que es propio de la sociedad civil pasa a ser sustituido por un proceso de constante lucha por el poder y en el que el conflicto y las desavenencias entre los distintos grupos sociales pasa a ser la nota más característica y dominante de la vida en sociedad.

En este contexto, los políticos convierten el objetivo de mantenerse en el poder en su máxima guía de actuación, a la que todo lo subordinan, dedicando la mayor parte de su tiempo a crear situaciones en las que ese poder que detentan pueda aumentarse, extenderse y verse justificado. Se explica así el abuso continuo de la propaganda política por parte del poder en la que siempre se intenta dar una versión idílica de los efectos de la intervención gubernamental, todo ello en compañía de los grupos de interés que salgan beneficiados en cada caso, así como con las organizaciones burocráticas, que siempre tienden a sobre-expansionarse y a crear la artificial necesidad de su existencia, exagerando los «beneficiosos» resultados de su intervención y ocultando sistemáticamente los perversos efectos de la misma. Estas intervenciones crean todo tipo de desajustes y conflictos sociales que los políticos siempre achacan a la «falta de colaboración y egoísmo de la ciudadanía». Los conflictos y desajustes se utilizan, a su vez, como un pretexto para justificar ulteriores dosis de intervención aún más profunda y dañina, y así sucesivamente, en un proceso de extensión «totalitaria» del poder político que todo lo pretende invadir.

El fracaso del Estado social se basa, por tanto, en la total ignorancia del intelectual socialista, que cree posible y conveniente recurrir a la violencia estatal para mejorar la sociedad, y ha sido evidenciado por el análisis teórico de economistas y sociólogos que, como Mises, Hayek y el también Premio Nobel Buchanan, han sido capaces de explicar a nivel teórico algo que la experiencia práctica de muchas naciones ya venía poniendo de manifiesto desde hace mucho tiempo. El daño que sobre el entramado de la convivencia ciudadana crea el Estado social es tan grave y profundo, y los mecanismos de su extensión tan sinuosos y corruptores, que no cabe duda de que el Estado social se ha convertido en el verdadero y más peligroso «opio del pueblo» de nuestro siglo. Por ello, la principal obligación moral de todo intelectual amante de la sociedad civil debe consistir en desenmascarar tal sistema, ayudando en todo lo posible a que sus conciudadanos inicien también en Occidente una histórica «perestroika» que, bien por vía evolutiva o revolucionaria, acabe con las grandes dosis de socialismo intervencionista que se han desarrollado en muchos de los llamados países de economía de mercado.

El Gobierno vs. el Estado

Por John Cobin, Ph.D. para The Times Examiner

19 de Enero, 2005

Albert Jay Nock (1870-1947), aunque relativamente desconocido el día de hoy, fue uno de los periodistas y filósofos políticos más destacados de su tiempo. Fundó lo que llegaría a ser The Freeman (vea. www.fee.org para más detalles) a principios de los 1920s – una de las publicaciones disponible más fuerte y consistente de periodismo de respaldo a la libertad y a los mercados libres. A. Tucker elogia la sofisticación y el genio de Nock en su tributo: “Albert Jay Nock, el Hombre Olvidado de la Derecha” (2002 – ver http://www.lewrockwell.com/tucker/tucker23.html). “La frase Hombre de Letras se concede aquí y allá con bastante indiferencia en estos días, pero A. J. Nock fue legítimo.
Nacido en Scranton, Pennsylvania, fue instruido en casa desde edad muy temprana en Griego y Latín, era increíblemente bien versado en todos los campos, un aristócrata natural en el mejor sentido del término. Combinaba un sentido cultural de la vieja escuela (desdeñaba la cultura popular) y un anarquismo político que miraba al Estado como el enemigo de todo lo que es civilizado, hermoso y verdadero. Y aplicó este principio de manera consistente en oposición a la beneficencia pública, las economías controladas por el gobierno, la fusión, y por sobre todo, la guerra”.

En sus Memorias de un Hombre Superfluo (1943), Nock escribe sobre la naturaleza anómala del gobierno: “Se supone que debíamos de respetar a nuestro gobierno y sus leyes, no obstante, por lo que dicen todos, aquellos que tenían la responsabilidad por la conducta del gobierno y la composición de sus leyes eran los peores canallas; de hecho, las condiciones de sus posiciones les impedían que las cosas fueran de otra manera.” Nock estaba totalmente desconcertado por la realidad del estado. Lo miraba como un gran mal en el mundo; trágicamente inevitable y, en un sentido bastante fatalista, la ruina manifiesta y lúgubre de todas las grandes civilizaciones. Preveía que el surgimiento del poder estatal gradualmente reduciría las grandes vías de Nueva Inglaterra hasta convertirlas en las vías desoladas y abandonas de la Antigua Inglaterra.

En su ensayo clásico Nuestro Enemigo, el Estado (1935), Nock desarrolla su tesis de que hay una gran diferencia entre el gobierno, el cual es establecido por los hombres para proteger el “poder social” y la cooperación pacífica y mutuamente benéfica, y el estado. El estado es la mutación siempre en crecimiento del gobierno que resulta en la molestia que favorece el corretaje, la venta de beneficios y la protección de negocios que ahora plagan a la sociedad moderna. Por un lado los hombres tienen derechos naturales que anteceden a la creación del gobierno, que han de ser protegidos por el poder colectivo del gobierno. Como lo dice Thomas Jefferson, “Sostenemos que estas verdades son evidentes, que todos los hombres son creados iguales, y que se les confieren, de parte de su Creador, ciertos Derechos inalienables, y que entre éstos se hallan la Vida, la Libertad y la búsqueda de la Felicidad. Que para asegurar estos derechos los Gobiernos son instituidos entre los Hombres, derivando sus justos poderes del consentimiento de los gobernados.” Por el otro lado, los estados son tumores cancerosos que se desarrollan saqueando los derechos inalienables. Los estados son parásitos y depredadores que reparten privilegios y trasvasan prosperidad a través de los impuestos y las regulaciones.

Nock dice, “Al principio de su panfleto llamado Sentido Común, [Thomas] Paine traza una distinción entre la sociedad y el gobierno. Mientras que la sociedad en cualquier estado es una bendición, él dice, ‘el gobierno, incluso en su mejor condición, no es sino un mal necesario; en su peor condición, un mal intolerable.’ En otro lugar habla del gobierno como ‘un medio convertido en necesario por la falta de habilidad de la virtud moral de gobernar el mundo.’” El gobierno podría originarse por el entendimiento y el acuerdo común de la sociedad dirigida a asegurar “la libertad y la seguridad.” Pero el poder del gobierno debiese ser limitado a estos dos elementos y nunca debiese degenerar en alguna “intervención positiva sobre el individuo, sino únicamente en una intervención negativa.” Para Nock, “toda la ocupación del gobierno” debiese ser la de proteger nuestros derechos inalienables y nada más.

Nock tiene razón. La visión de los Fundadores Americanos no podía haber sido más clara. Sin embargo, el desafiante estado se ha materializado – a pesar de las buenas intenciones de los Fundadores – originando “la conquista y la confiscación.” El orden anti social resultante del estado y sus administradores tendría que ser juzgado por la ética y la ley común como “algo que no se puede diferenciar de una clase criminal profesional.” Nock continúa: “Lejos de fomentar un desarrollo integral del poder social, invariablemente ha convertido, como lo dijo [James] Madison, cualquier contingencia en un recurso para agotar el poder social y agrandar el poder del Estado. Como ha señalado el Dr. Sigmund Freud, ni siquiera puede decirse que el Estado haya mostrado jamás alguna disposición para suprimir el crimen, sino solamente para salvaguardar su propio monopolio del crimen... con una implacable falta de escrúpulos. Tomando al Estado dondequiera que se encuentre, inquiriendo en su historia en cualquier punto, uno no ve la manera de diferenciar las actividades de sus fundadores, administradores y beneficiarios de aquellas actividades que corresponden a una clase criminal profesional”.

Si los amantes de la libertad adoptan una visión Nockiana del estado, no les queda más alternativa que reconocer que el ideal del gobierno visionado por los Fundadores ha sido cercenado. El estado mutante Americano se ha convertido – mucho más que cuando Nock escribió hace 70 años – en algo no muy diferente a una banda de matones. Si el derecho a la auto-defensa significa algo, y si los principios de Jefferson son aún válidos, la destrucción del estado Americano como actualmente se presenta, y su reemplazo con un gobierno congruente con la visión de los Fundadores, es algo justificado y un objetivo digno de aquellos que aman la libertad.