Friday, December 30, 2016

MONARQUIA COLOMBIANA

Las experiencias monárquicas en Iberoamérica han sido escasas, pero muy caracterizadas. Han proliferado las dictaduras, pero los solios y coronas no han sido frecuentes. El imperio más duradero fue el de Brasil, pero debe considerarse que se presentó como una continuación de la Corona Portuguesa, cuando esta se trasladó a raíz de la invasión napoleónica al territorio metropolitano. México tuvo dos experiencias “imperiales”, la primera con Agustín I de Iturbide y la segunda con Maximiliano I de Habsburgo, no pudieron crear dinastías porque ambos murieron fusilados. Haití también llego a ser gobernado por un emperador de opereta, Jean Jacques Dessalines, el cual no dejo un linaje en el poder al ser derrocado. Por último cabe mencionar un pintoresco personaje que se declaró emperador de los Araucanos o Mapuches en Chile a mediados del Siglo XIX, Orelie Antoine de Tounens.


Aunque la monarquía no imperó por largos períodos en Iberoamerica, en algunos países se estableció un curioso dominio de dinastías civiles las cuales han usufructuado el poder y abusado de él,  enmascaradas en el ceremonial democrático. Él círculo de familias dominantes se turna en el ejercicio del gobierno, ejerciendo además los altos cargos del estado, en especial lo referente a relaciones exteriores. Todo en medio de un nepotismo descarado.


En Chile frecuentaron el solio presidencial apellidos tales como Alessandri, Montt, Frei , además de múltiples cargos en la alta burocracia. En Perú la familia Prado no solamente repitió presidencia, además el primer mandatario de dicho apellido desertó cuando la Armada Chilena se aproximaba a Lima. En este país los altos cargos diplomáticos fueron un monopolio de determinadas familias. 

Hay un país donde esos anacronismos dinásticos están absolutamente vigentes, en Colombia. La aristocracia capitalina de este País cree que figura en el Almanaque de Gotha, su vanidad es infinita, casi equiparable a su mediocridad. El manejo sesgado y mentiroso de los medios de comunicación, ha sido una de sus armas favoritas. Tradicionalmente la Prensa de Colombia se refería a semejantes personajes con apelativos palaciegos, tales como el Egregio, el Ilustre, el Insigne, el preclaro hombre de estado. El intercambio de elogios era consuetudinario y el servilismo periodístico ridículo. 


Ante su manifiesta incapacidad para el manejo del Estado y el rechazo de la ciudadanía han apelado a toda clase de marrullas para mantenerse en el poder, desde un fraude electoral muy recordado y  disfrazarse de líderes revolucionarios (“Movimiento Revolucionario Liberal”), hasta conseguir patrocinio económico de la mafia para financiar una campaña presidencial. Otros, para soslayar su absoluta incapacidad administrativa, se han ideado unos “procesos de paz”, los cuales les permiten dedicarse a ceremonias y protocolos sin tener que trabajar. En este aspecto el último mandatario resultó un absoluto maestro en el cabildeo internacional, intrigando el premio Nobel de Paz, pernoctadas en el palacio de Buckingham, condecoraciones y títulos honoris causa, todo alrededor de unas “conversaciones de paz” con un grupo minúsculo de guerrilleros izquierdistas (5765 hombres). Naturalmente el narcisismo lo ha llevado a adquirir costosísimas limousinas,  un lujoso avión presidencial, una serie de lujos versallescos y continuos viajes a codearse con el Jet Set internacional. 


Mientras tanto la administración pública anda al garete, la economía se desploma, la corrupción está desbordada y lo único que distrae al príncipe de sus galas y ceremonias es el ejercicio de una serie de odios y venganzas que lo obsesionan. Para rematar firmó unos acuerdos que implican unas erogaciones imposibles de sufragar.  Mientras tanto se prepara el campo para el relevo presidencial para un vástago de otra dinastía, el cual carente de dotes de estadista se revela como un capataz que maneja sus subalternos por medio de insultos y golpes.    


Jaime Galvis V.

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