A la economía de consumo se ha sumado últimamente la sabiduría de consumo. Así como la primera ha sido un motor de progreso, empleo y producción, la segunda ha perjudicado seriamente el cuociente intelectual de la ciudadanía. Las consejas, la ciencia de revista, los conceptos de telenoticiero, la sabiduría de relleno, están afectando muy seriamente la capacidad de raciocinio del ciudadano medio. En Colombia, esa tendencia de hacer afirmaciones sin fundamento tiene una larga tradición, pero con la limitación mediática y el bajo nivel de alfabetismo no tuvo la resonancia que tiene actualmente la ignorancia ilustrada.
Circulaban cuentos ingenuos tales como el de la Atenas Suramericana, el segundo himno nacional del Mundo, después de la Marsellesa, el rosario de próceres sin méritos etc. Con el progreso de los medios de comunicación, surgieron toda una serie de infundios de muy amplia difusión acerca del calentamiento global, la biodiversidad, la contaminación visual, la contaminación auditiva, una interminable lista de sustancias cancerígenas, the political correctness, el CO2 en la atmósfera, el colesterol, los triglicéridos, la grasa saturadas, las grasas insaturadas, el gluten, el feng shui, las profecías mayas, el Imperialismo Yankee, el mercurio, la capa de ozono, la deforestación, la minería a cielo abierto, el agotamiento del agua, el fenómeno del Niño, Los Iluminatti, los ovnis, la sísmica petrolera, los cultivos transgénicos, los plaguicidas, la celulitis y mil temas que han llevado a la población a acumular creencias absurdas.
En medios de comunicación tan novedosos como el Internet pululan los videos de pseudociencia y superchería.
Si todo esto se ha difundido mundialmente, en Colombia además se han creado toda una serie de falacias, por ejemplo la historia acerca de los páramos como fuente de la hidrología nacional, esas pequeñas tundras pretenden preservarlas de la actividad humana, prohibiendo la población de áreas por encima de 2900 metros de altura. Esos naturalistas de cocktail nunca supieron que el Imperio Inca tuvo su asentamiento en zonas por encima de 3000 metros de altura y allí desarrollaron toda una civilización. De esas cumbres andinas provienen cultivos tales como la papa, la quinua, el amaranto, la arracacha, etc. Allí se desarrolló la cría de auquénidos, chichillas y cuyes. Ese gran novelista de la vida en la puna, Ciro Alegria, decía que los habitantes de las alturas eran las gentes más sanas del Perú, porque allí no había endemias.
Otro tema absurdo de la sabiduría de revista es la minería. Altos funcionarios pontifican que esta actividad está poniendo en peligro la agricultura y arrasando las selvas. La sabiduría de telenoticiero ignora que la minería es una actividad puntual, no hace mucho un grupo de ecólogos pudo observar en Google Earth la mina de hierro más grande del Mundo, Carajás en Brasil, el comentario unánime fue ¿es tan pequeña? Es tan acentuada la desinformación que en una población del Tolima, Piedras, hubo una oposición casi unánime a la instalación de una planta de separación de minerales de Anglo Gold Ashanti, por la simple ignorancia, ya que no se trataba de establecer allí una mina, sino una operación industrial.
La explotación minera en California y Vetas, actividad más que centenaria, ha recibido la satanización de toda la prensa amarilla. Lo menos que le atribuyen es el envenenamiento del acueducto de Bucaramanga. Esos genios mediáticos ignoran que la gran metrópolis de Africa del Sur, Johannesburgo, está construida sobre la mina de oro más grande del Mundo.
Otra conseja amplísimamente difundida es acerca de la biodiversidad del Andén pacífico de Colombia. El que se tome el trabajo de recorrer esas selvas puede darse cuenta de la escasez faunística. El clima hiperhúmedo es tan hostil a la vida como el desierto. Para proteger ese emporio de vida, se ha obstaculizado persistentemente el desarrollo económico de esa zona. Se han cancelado proyectos de puertos, hidroeléctricas, carreteras, minas, etc., condenando a la población del Chocó geográfico a una miseria sin solución. La ignorancia mediática convirtió los extensos terrenos del antiguo Ingenio Sautatá en una reserva natural impoluta, el parque Nacional Los Catios, que se convirtió en una barrera para impedir la carretera a Panamá y a Norte América.
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