Autor:
Juan Fernando Carpio
I. Latinoamérica: un caldo de cultivo para caudillos de toda clase
Latinoamérica es una eterna promesa sin realizarse. En el siglo XIX, una serie de pensadores liberales o al menos socio-liberales y filo-liberales empuñaron la idea de repúblicas independientes para buscar su propio camino histórico. Por supuesto ciertas élites criollas, conservadoras o simplemente acomodaticias, también vieron en la Independencia una ocasión para el gatopardismo: cambiar de rostros sin que nada cambie. Estas dos facciones lucharon hasta bien entrado el siglo XX por el poder político y la influencia cultural al interior de los países. Parecía claro quiénes eran progreso y quiénes, estancamiento. Sin embargo el ideario socialista llegaría a patear el tablero y colocar a liberales y conservadores en "la derecha" para autodenominarse "la izquierda" a pesar de que ésta incluyó en su momento a liberales como Bastiat o anarquistas como Spooner y Spencer. No sólo eso: insufló al socialismo de modificaciones e incluso una estética en lo que se conoce como altermundismo por sus proponentes y tercermundismo por sus detractores.
Siguiendo la estrategia de Gramsci, los tercer/altermundistas buscaron y lograron infiltrar las instituciones clave para la toma de lo que el eurocomunista detrás de esta idea llamó "el poder cultural". Pero esa batalla de ideas (el paso de un eje liberal-conservador a un trípode liberal-conservador-socialista, el devenir de pensadores y escuelas, los avatares de la política local, etc.) no ocurre en un vacío cultural. Justamente es eso lo que hace al altermundismo lo que es. Recoge lo peor (o mejor) de ciertas tradiciones locales y toma distancia de lo mejor (o lo peor) de los sinuosos avances de 2.500 años de Occidente.
Latinoamérica es coto feudal, tribu errante, hacienda aislada, mitimaes, apátridas, traiciones y lamentos a la vez que alegría, fiesta, ingenuidad, sencillez, esperanza, sabor y fraternidad. Una especie de telar gigante de talantes e intereses donde quienes hacen las reglas han sido siempre los primeros en romperlas en su propio beneficio.
No es el entorno más propicio para el surgimiento de instituciones, es decir, prácticas comunes impersonales que permitan la sofisticación de la civilización. Pero es la calidad de las instituciones (en este sentido sociológico) lo que determina la calidad de vida en un territorio.
Sí es en cambio un entorno muy propicio para el surgimiento de caudillos (de “derecha” como se agrupó anteriormente, o de “izquierda” más recientemente) que encarnen tanta mano dura y altivez como sea necesaria contra los “destructores de la patria, único obstáculo entre el resto de nosotros y un futuro radiante”. Estos han sido por su supuesto y por turnos, los liberales, los conservadores (incluyendo a socialcristianos y a los democristianos según país) y ambos (agrupados por alguna extraña razón en “la derecha” por quienes quieren acaparar la etiqueta de “izquierda, como ya se dijo) o llegado su turno, los socialistas de diversas variantes.
El grupo más impaciente de cada bando vive esperanzado de que llegue un caudillo “de los suyos” y ponga en orden a los otros dos grupos o a cualquiera que no pliegue a la visión única que-esta-vez-si-nos-sacará-de-hoyo. Tanta fe en la política desde luego no hace sino generar la demanda de personajes variopintos que por turnos intenten sacar países enteros de la –percibida- postración a punta de carisma, discursos, política popular y reformas incesantes a los órganos y leyes del Estado. Mientras tanto y gracias a ello los empresarios que reciben privilegios, salvatajes y proteccionismo -así como las pobladísimas castas burocráticas- hacen de las suyas –especialmente en países con algún recurso natural monopólicamente gestionado por el Estado- por medio de la corrupción. Frecuentes devaluaciones que pauperizaban a los habitantes del agro así como a grandes sectores populares, deuda externa, sistemas judiciales torpes y parcializados, culturas de la desconfianza, machismo y autoritarismo desde la familia fueron el pan de cada día para los latinoamericanos.
Todo eso fue receta para el fracaso y bomba de tiempo por partes iguales.
II. Hugo Chávez: el hijo aventajado del Foro de Sao Paulo
Hugo Rafael Chávez Frías aparece en la escena política mediante un golpe de Estado contra uno de esos gobiernos a los que los latinoamericanos estamos tan habituados: lleno de promesas al principio pero lo suficientemente inofensivo como para no arruinarle los negocios protegidos a nadie. Es decir, una especie de Lucio Gutierrez que en vez de traicionar a sus aliados marxistas (MPD) y altermundistas (Pachakutik) y apoyarse en economistas pro-mercado, fue volviéndose más socialista con el tiempo. Ahí donde Gutierrez firmó una carta de intención con el FMI, Hugo Chávez fue a armarse de directrices con los representantes del Foro de Sao Paulo (FSP).
El FSP fue un cónclave de partidos de izquierda dura que 1990 y al ver el bloque soviético desaparecer del mapa, interpreta muy sagazmente los tiempos y busca una nueva forma de toma del poder. Y es que ya las revoluciones violentas eran mal vistas en vista del mal sabor de boca histórico que dejaron los Lenin (injustamente santificado por contraste con su sucesor), Stalin, Mao Tse-Tung, Pol-Pot y demás genocidas del socialismo. La mejor forma era, desde luego, ganar las elecciones y hacer reformas graduales que vayan generando apoyo popular al margen de sus efectos menos visibles, hasta –con ese capital político acrecentado- asestar el golpe final a los enemigos del progreso. Es decir, leninismo con mecanismos políticos fabianos pero empaque populista. Nacía el socialismo del siglo XXI.
El Foro de Sao Paulo planteaba una receta, resumida así por sus opositores más tempranos:
1.- Ganar elecciones con apoyo logístico, simbólico -y de ser posible financiero- del resto de grupos agremiados en el FSP, lo cual incluía poderosos –y ricos- sindicatos brasileros y del Cono Sur, así como al menos dos grupos guerrilleros tremendamente lucrativos gracias al secuestro, la extorsión y el tráfico de drogas. Dividir al país histórica y poblacionalmente entre “nosotros, lo nuevo” y “ellos, lo viejo” como ejercicio de propaganda y campaña permanentes.
2.- Llamar a una Asamblea Constituyente.
3.- Escribir una constitución que concentre el poder en una cúpula (aparatchiks de extracción popular y tutela de viejos ideólogos de la corriente, pero sobre todo que genere socialismo del lado de la demanda. Es decir, que la gente asuma una visión estatizada del logro de derechos, para que entonces vivienda, salud, educación y empleo sean responsabilidad primaria del Estado y sólo subsidiariamente –y ultrarreguladamente- de los mercados y la sociedad civil.
4.- A través del afecto popular inevitable –el Efecto Santa Claus, podría llamársele sin demasiado cinismo- más reformas legales y económicas que incluyan paulatinamente nacionalizaciones y confiscaciones hasta donde cada escenario permita.
5.- Reelección indefinida. Bucle de pasos 4 y 5.
Por supuesto no todos los líderes políticos latinoamericanos han plegado al programa plenamente –lo cual es un alivio dependiendo de cada país- pero en líneas generales esa es la visión. En el fondo está un desprecio por las “instituciones burguesas” (como si no fueran instituciones a secas, antropológicamente hablando), la democracia liberal (multipartidista) y en general cualquier cosa que resulte demasiado “occidental” como si Occidente fuera una región y no un cúmulo de nociones históricas judeo-arábigo-indoeuropeas.
Hugo Chávez fue el representante más estridente del filo-castrismo, el anti-imperialismo (entendido a veces político-militarmente, a veces culturalmente) de izquierdas, el populismo (en el sentido norteamericano del término según sus simpatizantes y en el sentido latinoamericano –de irresponsable, de adulador de los apetitos de “las masas”- por sus detractores). Fue, desde ese eje político, tanto hito como personaje pues permitió a todo un país y toda una región posicionarse políticamente alrededor de su divisiva figura.
III. La Venezuela de Chávez en cifras
Una vez establecidas ciertas líneas generales dentro de la batalla de las ideas y del poder en nuestra región -entendiéndose que no hay dos personajes políticos ni procesos idénticos- pasemos a discutir las cifras del régimen. Por supuesto el legado de cualquier político va más allá de cifras pero de todos modos muchos factores cualitativos pueden ser traducidos indirectamente a índices comparativos entre países.
•En los últimos años han cerrado más de 107.000 empresas, que constituyen un 15% del total.
•En el Índice 2013 de Libertad Económica de la Heritage Foundation, Venezuela aparece en el puesto 174 sobre 176 países considerados.
•Comparte con Cuba el dudoso honor de ofrecer la menor seguridad jurídica de todo el continente. Eso ahuyenta las inversiones que le traerían know-how, tecnología, empleos muy bien remunerados y prácticas empresariales de talla mundial.
•Su inflación ha excedido el 30% anual en ocasiones. Esto provoca redistribución de poder adquisitivo desde los pobres y clases medias hacia las élites financieras, burocráticas y los contratistas estatales. ¿De qué sirve tanto plan de vivienda, educación y salud si en términos de ingreso lo que se da con la mano derecha se quita con la izquierda?
•Cuando Chávez llegó al poder, el barril de petróleo costaba 9 dólares. En 2011 ya estaba en 160 dólares. Casi 1800% de incremento en algo que representa el 96% del ingreso por exportaciones del país.
•En 14 años de gobierno chavista, se estima que ingresaron 980.000 millones de dólares por petróleo (parte de lo cual fue a parar al régimen Cubano y otros socios del FSP). Como nos hace notar Agustín Laje: “Si aquel número no le dice mucho, considere que Estados Unidos destinó en su Plan Marshall para la recuperación de 18 países, la suma de 12.741 millones de dólares”.
•Con una tasa oficial de 48 homicidios por cada 100 mil habitantes, Venezuela supera a México, cuya tasa se ha mantenido estable en 18 asesinatos por cada 100 mil habitantes, a pesar del conflicto armado con el narcotráfico. También está por encima de Colombia, que logró bajar ese indicador a 41,8% en 2 décadas, en medio de una guerra de grupos irregulares y una lucha encarnizada entre carteles de la droga.
•Venezuela tiene las cifras de muertes violentas de un país en guerra. Esto no es mera casualidad. Un régimen violento en el discurso y precarizante frente a la protección de propiedad y contratos, crea precisamente la altísima preferencia temporal que lleva a comportamientos sociales así de violentos (¡consumismo!). La sociología económica explica por qué un gobierno que otorga “gratis” (al usuario final y en apariencia apenas) tantos servicios públicos puede a la vez destruir el tejido social de confianza y largoplacismo que requiere la cooperación voluntaria para que un país crezca no sólo material sino culturalmente. Una aparente paradoja pero los gobernantes bien aprenderían del juramento hipocrático que más allá de buenas intenciones y obras, “primero que nada, no dañar”.
•Una economía socialista incluso parcialmente se vuelve productivamente esclerótica y se vuelve –de la mano de los abundantes petrodólares- importadora de todo lo que deja de producir, incluyendo alimentos.
•En 14 años la deuda venezolana per cápita se incrementó en más de 5 veces, la deuda total en más de 6 veces y de ocurrir una devaluación superior al 40% -lo cual acaba de ocurrir hace un par de meses- la deuda sería prácticamente igual al PIB. Todo esto ocurrió en medio de los mayores ingresos petroleros de su historia.
•Los hospitales funcionan al 50% o hasta al 30% de su capacidad pues en un esquema que resulta ser de “lo que es del común, es del ningún” es habitual y –lamentablemente esperable- que los insumos y máquinas sean saqueados por particulares. Un sistema “gratuito”, sea en Canadá o en Venezuela, va a estar lleno de colas de semanas y meses pues los casos menores saturan el sistema. En este como en otros temas, lo barato sale caro.
•Hay una masiva fuga de cerebros que no es sobre-compensada, ni compensada siquiera, con la formación de profesionales excelentes en las ultrarreguladas o estatales universidades venezolanas.
•En todos los indicadores importantes, salvo en paz social (violencia en las calles y en el discurso político, en los cuales la Venezuela de Chávez ha sido campeona indiscutible), ese país ha ido exactamente igual que el resto de Latinoamérica y sin tanto show. Ver aquí, aquí, aquí, y aquí. Al parecer se puede hacer el bien por las buenas: malas noticias para nuestros atolondrados regionales.
•La reducción de pobreza cuando hay entrega de subsidios (“bonos”) es tan drástica como una ficción estadística: si le damos el equivalente mensual a $1,10usd diarios a una persona, ya no aparece en las cifras de pobreza que la contabilizan como percibir menos de 1usd diario. De todos modos los factores culturales para la pobreza y la desigualdad no se transforman sin un giro radical hacia la excelencia en la educación, especialmente a nivel básico.
Recordemos que el investigador sueco Johan Norberg halló que los países más capitalistas tenían una diferencia de 14 veces entre el ingreso de su 20% de mejores ingresos y su 20% de ciudadanos de peores ingresos. Suena a mucho. Hasta que lo comparamos con los países más socialistas (orientados al Estado y no a los mercados): la diferencia es de 32 veces.
IV. Conclusión
La Venezuela de Chávez como experimento social ha sido un rotundo fracaso. Incluso si descontamos la concentración de poder como una mera diferencia ideológica (el Foro de Sao Paulo vs. la democracia liberal (“burguesa”), los atropellos (ver caso Fiuni o Simonovis) a cientos y miles de opositores, y medida simplemente por dos parámetros: paz social y mejora de calidad de vida, es un fracaso completo. Mientras tanto Venezuela se ha perdido de la posibilidad de crecimiento real del 7% al año con unas pocas reformas, seguridad jurídica y estabilidad macroeconómica como hizo Perú (que, seamos sinceros, no es el gran ejemplo de audacia reformista para los economistas liberales), reducción más rápida de la pobreza –que por cierto, se ha reducido en toda la región pero mucho más rápido en los países y etapas distantes del socialismo del siglo XXI. Sin instituciones sanas y transparentes, no hay progreso real ni de largo plazo. Con tantos vientos a favor gracias al precio elevado de las materias primas y un entorno mundial más favorable que nunca –internet, journals y cooperación científica online- al efecto convergencia con los países de avanzada, la Venezuela de Chávez ha sido un experimento doloroso, costosísimo y divisivo. A pesar de que soplan vientos inciertos sobre el futuro, Venezuela estará mucho mejor sin Hugo Chávez. Especialmente –porque así son los legados políticos caudillistas- cuando termine verdaderamente de irse.
Publicado originalmente en GKillCity
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