En Colombia, además de las lenguas de los grupos indígenas, existen dos idiomas, uno de ellos es el lenguaje popular con sus diferentes modalidades regionales, es un Español colombianizado. El otro idioma es ese lenguaje pomposo y alambicado, tan frecuente en los medios gubernamentales y en ciertos periódicos,, el cual le produce desconfianza y a veces repugnancia a la generalidad de los colombianos. Este último es muy característico en sus frases y en el uso de ciertos términos. En cierto modo recuerda al “hexagonal” de los franceses, el cual por pretender ser refinado se torna ridículo y empalagoso.
Las muletillas del segundo idioma en Colombia son muy abundantes y generalmente le dejan al lector la sensación de que le están tomando el pelo. Frases tales como: “tomar medidas”, “abrir espacios”, “limar asperezas”, “actores armados del conflicto”, “dictar medida de aseguramiento”, “sufragar gastos”, “crear vínculos”, “dirimir conflictos”, “delegar funciones”, “crear consensos”, “arbitrar recursos”, “hacer votos”, “investigación exhaustiva”, “canales de distribución”, “actividades lúdicas”, “erogaciones cuantiosas”, “perdida de investidura”, “ajustes tributarios”, “imponer sanciones pecuniarias”, “auscultar la opinión”, “velar por el cumplimiento”, “régimen de bancadas”, “necesidades básicas insatisfechas”, “gasto suntuario”, “concierto para delinquir”, “derechos especiales de giro”, “el agro”, “amigable con el medio ambiente”, “desarrollo sostenible”, “facilidad del clima de inversión”, “soberania alimentaria”, “tierras sometidas a extinción de dominio”, “cátedra de la paz”, “órganos competentes de nuestra institucionalidad”, “conexidad política”, “marco de comprensión o paradigma”, “restricciones de la libertad bajo condiciones especiales y diferenciadas”, piedra angular”, “interiorización del respeto a los derechos humanos”, “estar en mora de” : Toda esa verborrea llena de supuestos giros literarios, saturada de tropos y eufemismos, con indudable dejo de hipocresía satura los escritos jurídicos, políticos, económicos y a veces hasta los partes policiacos revistiendo todo de una solemnidad ridícula. Cualquier noticia de baranda de juzgado esta plena de frases tales como “el presunto individuo”, “la víctima del deceso”, “con una expresión ominosa” u otras barbaridades por el estilo.
En toda clase de escritos en Colombia es frecuente la búsqueda de palabras rebuscadas y de giros complicados y empalagosos. Para el común de los colombianos toda esa jerga supuestamente refinada es un verdadero castigo es algo que se conoce como carameleo. Esto se nota inmediatamente en cualquier comunicado oficial y curiosamente lo resalta el escritor peruano Mario Vargas Llosa en su novela titulada “La Fiesta de Chivo”.
La literatura gubernamental colombiana se parece un poco al complicado lenguaje usado por la burocracia virreinal en la época de la colonia. Ese gongorismo tropical, lleno de cultismos y metáforas es profundamente antipático para el ciudadano común y corriente, por lo cual algún gobernante reciente que gusta de hablar en “Colombiano”, continua teniendo una gran popularidad a pesar de no llevar las riendas del poder. Eso de hablar de gasto y no de erogación o de platica en vez de efectivo ha sido un gesto de cortesía para el ciudadano de a pié que lo agradece. En este País la pomposidad en los discursos y en los comunicados de radio y televisión siempre ha sido una barrera entre los gobernantes y la ciudadanía.
Jaime Galvis V.
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