Colombia
nunca se distinguió por ser un país dinámico en aspecto alguno.
Después de la Independencia, la vida nacional transcurrió en un
marasmo periódicamente interrumpido por guerritas civiles sin
mayores consecuencias, la vida de los colombianos era aldeana y
rutinaria. Se parecía mucho a ciertos pequeños reinos olvidados
tales como Siam, Nepal o la Abisinia del Negus.
El
cataclismo ideológico del Siglo XX, solamente afectó a Colombia en
forma marginal, en el fondo subsistió ese edificio ceremonial y
decrépito que tradicionalmente fue el Estado Colombiano. Lo único
que produjo un cambio verdaderamente radical fue el narcotráfico,
este fenómeno estremeció hasta la base del Establecimiento en
Colombia. Fue el único factor que cambió la estructura
eminentemente clasista de la sociedad y el único avance real de la
economía nacional, sin exagerar se puede afirmar que con el
narcotráfico desapareció la Colombia de pata al suelo.
Las
drogas ilícitas permitieron una movilidad social nunca vista, pero,
poco contribuyeron a la formación de una economía moderna, la
infraestructura permaneció estancada, la industria no tuvo avances
dignos de mención, la minería experimentó un desarrollo pobre y la
explotación de hidrocarburos mantuvo un desempeño mediocre. Pero la
afluencia de dinero incrementó en forma exponencial la actividad
comercial, la construcción y el gasto suntuario en todas sus
facetas.
Con
la explosión de dinero en 2010, la euforia llevó a postular las
locomotoras del desarrollo y otros anuncios desmesurados, los cuales
se quedaron en anuncios. Gradualmente empezó una parálisis
progresiva, el País entró en hibernación, todo se tornó lento.
Las obras públicas se volvieron eternas o se paralizaron,
desaparecieron los proyectos de la carretera a Nuquí y el puerto de
Tribugá, las autopistas de la Montaña se transformaron en las
autopistas de la parálisis, el túnel de La Línea se volvió algo
de nunca acabar, la carretera La Uribe-Colombia lleva un ritmo que se
puede calcular en metros por año, otro tanto sucede con la variante
Sibundoy-Mocoa y con la irónicamente denominada carretera de “La
Soberania” entre Pamplona y Saravena. La minería legal de oro se
paralizó por obra y gracia de las agencias estatales. La exploración
petrolera se estancó por los permisos ambientales y el sabotaje de
las “comunidades”.
El
ensanche de la refinería de Cartagena lleva el paso de caracol y el
de la refinería de Barrancabermeja fue aplazado indefinidamente. La
industria del ensamblaje automotriz se halla en franco declive. La
industria textil en crisis. La siderurgia de Colombia en nada, Paz de
Río es un enfermo terminal. En medio de este cuadro lastimoso, el
ministerio de Fomento Industrial se transformó en un ministerio de
hotelería.
La
agricultura también ha sido afectada por la enfermedad del sueño.
El proyecto agroindustrial de la Altillanura fue aplazado
indefinidamente, la palmicultura está en crisis, grandes proyectos
agroindustriales tales como el Merhav han sido cancelados.
El
sopor también está afectando la educación, las anunciadas reformas
no aparecen, son simples anuncios pero realidades nada. La
prolongación de la jornada escolar no se ha realizado, fue un simple
recurso electoral. La situación de la salud es cada día más grave
y solamente hay promesas, el mundo hospitalario está quebrado y sin
solución a la vista. La justicia es todo un chiste, un aparato
paquidérmico e inepto, dedicado a intrigas y persecuciones
políticas.
Hasta
los medios de comunicación están en crisis porque la ciudadanía
esta hastiada de la propaganda oficial. Todo un despliegue de
estadísticas amañadas y anuncios de obras que no se realizan. La
propaganda monotemática de la paz no la cree nadie, es un anestésico
para que se olvide la pereza gubernamental.
En
las condiciones actuales el País está siendo sometido a un proceso
de hibernación decretada o peor aún a una operación de criogenia
de la cual no se sabe si despierte.
Jaime
Galvis V.
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