La exploración en búsqueda de minerales es una antigua y noble actividad, que llevó al hombre hasta los confines de los continentes. Ese emprendimiento llevó a miles de hombres a internarse en montañas, selvas, desiertos, estepas y tundras, en epopeyas que costaron muchas vidas.
La prospección minera elemental permitió la expansión de países que fomentaron esa actividad, esto sucedió en Norteamérica donde los países anglosajones se expandieron hacia el Oeste de dicho continente, otro tanto ocurrió en el Brasil, donde los garimpeiros ocuparon gradualmente media Surámerica, algo similar tuvo lugar en Siberia, los buscadores de oro y piedras preciosas expandieron el Imperio Ruso. Los desiertos australianos fueron recorridos por miles de exploradores que descubrieron las inmensas reservas minerales de ese país.
En la América de habla hispana la situación fue completamente diferente, la minería de México y los países andinos se limitó a explotar los yacimientos conocidos desde la conquista o antes. La vida colonial se limitó a una rutina burocrática y parroquial en la cual, las iniciativas estaban prácticamente vetadas. Esta mentalidad continuó imponiéndose después de la independencia, mientras los garimpeiros del Brasil ocuparon medio continente y los pioneros angloparlantes en Norteamérica se expandieron por la mayor parte del territorio de México, las naciones de Hispanoamérica se sumergieron en un enredo de leyes y decretos expedidos por una burocracia mezquina y paralizante. Hispanoamérica se encogió y fragmentó.
En Colombia hubo un corto episodio de pionerismo en el Siglo XIX en Antioquia. Una legislación minera sencilla y abierta, permitió un auge local de la explotación de metales preciosos. En medio de la modorra de la Colombia feudal de esa época, en Antioquia se formó una clase media y se iniciaron los primeros ensayos de industrialización. Posteriormente, la burocratización asfixió la exploración. Hubo ensayos desastrosos de actividad minera estatizada; como el caso de la explotación de esmeraldas. Al crear un monopolio oficial por medio del Banco de la República, el minero artesanal quedó fuera de la ley y con esto se formó una de las mafias más tenebrosas que se han presentado en Colombia.
La exploración se ha visto sepultada bajo una avalancha de trámites, papeleos, reglamentaciones absurdas y francos abusos burocráticos. Esa noble y viril tarea del pionero que buscaba metales preciosos, minerales diversos y plantas exóticas carece de sentido, cuando para que le reconozcan los derechos de sus hallazgos, debe presentar capacidad económica ¿Acaso no se dan cuenta que el prospector minero es una persona pobre que busca mejorar su situación económica explorando? Nuestros sapientes legisladores no pueden entender que la minería de oro de Antioquia favoreció la movilidad social y que esta actividad es una válvula de alivio de tensiones sociales. El hombre emprendedor y pobre perdió esa posibilidad, por lo cual no es extraño que en Colombia hayan proliferado las actividades delictivas. Quien pudiera estar buscando minerales ahora tiene que dedicarse al narcotráfico, al contrabando o la subversión. Cuantos colombianos se hallan subsistiendo en las ciudades con la venta de chucherías, la mendicidad, el atraco y el crimen callejero, mientras más de medio País es territorio vedado para cualquier clase de iniciativa. Más grave aún es la satanización de la actividad minera, al crearse toda una serie de tabúes ecológicos, raciales etcétera, la explotación minera la volvieron una actividad delictiva casi equiparable al narcotráfico. La gran y mediana minería de metales preciosos podrían aliviar la crisis fiscal y la pequeña minería sería la redención económica para miles de familias. Pero unas políticas gubernamentales torpes y restrictivas están llevado la extracción del oro por el triste camino que transitó la minería de las esmeraldas.
Toda esa maraña de leyes absurdas, también ha llevado a la ilegalidad la recolección y transporte de material vegetal; si en esta época se explotaran plantas tales como la quina, esta actividad sería un delito. La actitud inquisitorial ha llegado tan lejos que hay grupos ambientalistas que pretenden que el cultivo de arroz en Casanare de estar sujeto a permiso ecológico.
La prospección minera elemental permitió la expansión de países que fomentaron esa actividad, esto sucedió en Norteamérica donde los países anglosajones se expandieron hacia el Oeste de dicho continente, otro tanto ocurrió en el Brasil, donde los garimpeiros ocuparon gradualmente media Surámerica, algo similar tuvo lugar en Siberia, los buscadores de oro y piedras preciosas expandieron el Imperio Ruso. Los desiertos australianos fueron recorridos por miles de exploradores que descubrieron las inmensas reservas minerales de ese país.
En la América de habla hispana la situación fue completamente diferente, la minería de México y los países andinos se limitó a explotar los yacimientos conocidos desde la conquista o antes. La vida colonial se limitó a una rutina burocrática y parroquial en la cual, las iniciativas estaban prácticamente vetadas. Esta mentalidad continuó imponiéndose después de la independencia, mientras los garimpeiros del Brasil ocuparon medio continente y los pioneros angloparlantes en Norteamérica se expandieron por la mayor parte del territorio de México, las naciones de Hispanoamérica se sumergieron en un enredo de leyes y decretos expedidos por una burocracia mezquina y paralizante. Hispanoamérica se encogió y fragmentó.
En Colombia hubo un corto episodio de pionerismo en el Siglo XIX en Antioquia. Una legislación minera sencilla y abierta, permitió un auge local de la explotación de metales preciosos. En medio de la modorra de la Colombia feudal de esa época, en Antioquia se formó una clase media y se iniciaron los primeros ensayos de industrialización. Posteriormente, la burocratización asfixió la exploración. Hubo ensayos desastrosos de actividad minera estatizada; como el caso de la explotación de esmeraldas. Al crear un monopolio oficial por medio del Banco de la República, el minero artesanal quedó fuera de la ley y con esto se formó una de las mafias más tenebrosas que se han presentado en Colombia.
La exploración se ha visto sepultada bajo una avalancha de trámites, papeleos, reglamentaciones absurdas y francos abusos burocráticos. Esa noble y viril tarea del pionero que buscaba metales preciosos, minerales diversos y plantas exóticas carece de sentido, cuando para que le reconozcan los derechos de sus hallazgos, debe presentar capacidad económica ¿Acaso no se dan cuenta que el prospector minero es una persona pobre que busca mejorar su situación económica explorando? Nuestros sapientes legisladores no pueden entender que la minería de oro de Antioquia favoreció la movilidad social y que esta actividad es una válvula de alivio de tensiones sociales. El hombre emprendedor y pobre perdió esa posibilidad, por lo cual no es extraño que en Colombia hayan proliferado las actividades delictivas. Quien pudiera estar buscando minerales ahora tiene que dedicarse al narcotráfico, al contrabando o la subversión. Cuantos colombianos se hallan subsistiendo en las ciudades con la venta de chucherías, la mendicidad, el atraco y el crimen callejero, mientras más de medio País es territorio vedado para cualquier clase de iniciativa. Más grave aún es la satanización de la actividad minera, al crearse toda una serie de tabúes ecológicos, raciales etcétera, la explotación minera la volvieron una actividad delictiva casi equiparable al narcotráfico. La gran y mediana minería de metales preciosos podrían aliviar la crisis fiscal y la pequeña minería sería la redención económica para miles de familias. Pero unas políticas gubernamentales torpes y restrictivas están llevado la extracción del oro por el triste camino que transitó la minería de las esmeraldas.
Toda esa maraña de leyes absurdas, también ha llevado a la ilegalidad la recolección y transporte de material vegetal; si en esta época se explotaran plantas tales como la quina, esta actividad sería un delito. La actitud inquisitorial ha llegado tan lejos que hay grupos ambientalistas que pretenden que el cultivo de arroz en Casanare de estar sujeto a permiso ecológico.
Jaime Galvis V.
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