por Jaime Galvis Vergara
Al examinar
desprevenidamente el devenir de Colombia como país, es triste reconocer que el
desarrollo económico nunca ha sido un
propósito nacional. Una clase directiva parroquial y mezquina mantiene todo el
ceremonial de una democracia liberal de la cual solamente hay apariencias. El
Estado Colombiano presenta ante el mundo exterior toda una serie de
“instituciones”, las cuales en realidad son una serie de fortines burocráticos
para defender canonjías y privilegios abusivos. La burocracia de Colombia tiene
grandes similitudes con la que creó en España el Conde Duque de Olivares, este
personaje creo un monstruoso aparato burocrático que logró lo que no pudieron
hacer La Armada Británica, el Ejército Francés ni el Imperio Turco, arruinar el
Imperio Español. La herencia colonial que recibieron los países
hispanoamericanos de burocratismo e inacción los llevó a una parálisis tal que
la revolución industrial no llegó a estas tierras. Las únicas actividades que
florecieron fueron las ideologías y las banalidades, esto naturalmente
desembocó en guerras civiles inútiles para defender o atacar principios
ideológicos que no tenían aplicación alguna en estas latitudes. Períodos tales
como el de la “República Liberal”, muy publicitadas, no significaron avances en
el desarrollo del País, un fomento del sindicalismo en un País carente de
industrias solamente significó la ruina de actividades tales como la navegación
del río Magdalena. Esas administraciones terminaron dejando el País sin vías de
comunicación, sin seguridad social alguna y con la mayor parte del territorio
infestado de fiebre amarilla y paludismo, por lo cual la población permanecía
aglomerada en las cordilleras. Lo único que prosperó fue la política, toda una
pléyade de oradores, juristas, ideólogos, parlamentarios, magistrados etc., los
cuales produjeron leyes y decretos con profusión en medio de una nación llena
de campesinos analfabetos. Todo esto terminó en una vorágine de violencia en la
que se luchaba por unas ideas políticas que no tenían nada que ver con los
reales problemas de Colombia, orquestada por dirigentes que luego decidieron
“reconciliarse”. Otro período de la vida
nacional muy elogiado y publicitado fue el “Frente Nacional”, con el
establecimiento de este engendro político le llegó su época dorada a la
aristocracia capitalina, tomaron los altos cargos del estado, multiplicaron
entre ellos los privilegios, hasta las
curules del parlamento eran concesiones, casi dádivas. Recordemos el famoso
bolígrafo. Comenzó la monopolización de las actividades económicas, para lo
cual se estableció el control de cambios.
Planeación Nacional se volvió una
especie de policía económico que vetaba los proyectos industriales o los
aprobaba según las influencias de quienes los iniciaran. Gradualmente fueron
creados toda una serie de “institutos descentralizados” los cuales fueron
instrumentos para la centralización total de la administración pública hasta
llegar a extremos tan absurdos como el de Colpuertos, instituto creado para
administrar desde Bogotá los puertos del País. Todo lo debía manejar la
burocracia de “buena familia”, por tanto
se creó un instituto nacional de provisiones “Inalpro” para proveer a las
entidades del Gobierno, hasta unos ladrillos para una escuela en Nariño o las
tejas de zinc de un puesto de salud en el Chocó debían solicitarse en Bogotá.
El egoísmo de los dirigentes llegó a extremos increíbles, por ejemplo la
adjudicación de las becas que daban las embajadas extranjeras fue centralizada
en el Icetex, con lo cual el favoritismo se hizo descarado. La prensa no fue
ajena a estos desafueros, muchas cosas se taparon, hasta fraudes electorales. La
forma de referirse los periódicos a los altos personajes de la política llegaba al ridículo, el egregio, el insigne,
el preclaro, el ilustre, etc., eran términos usuales para referirse a los altos
heliotropos de la política. Por otra parte la aristocracia capitalina mostró
siempre un absoluto desdén por el resto del País. Un conocido periodista perteneciente a los altos círculos
del poder, alguna vez en su columna anotó que no veía como la opinión pública
de la Costa pedía un puente sobre el río Magdalena cuando había obras más
importantes como la terminación de los puentes de la calle 26 en Bogotá.
Ahora
cabe analizar lo realizado por nuestra rosca aristocrática con ese poder casi
ilimitado que ejercieron. Del “Frente Nacional” salió el País con una
dependencia del monocultivo del café, como la que tenía antes, sin una base
industrial, muchas de las iniciativas tomadas durante dicho período fueron
verdaderos disparates, basta enumerar algunos ejemplos: Se nacionalizó la
generación de energía eléctrica, prohibiendo esta actividad al sector privado.
Por tanto, al nacionalizar las plantas térmicas de la Costa Atlántica, el
Gobierno no dispuso de fondos para los necesarios ensanches y la industria de
la Costa se frenó totalmente. Una oferta de una empresa metalúrgica de
aluminio, de instalar una planta en Colombia fue vetada porque dicha empresa
proyectaba generar la energía que iba a consumir. Un grupo industrial proyectó
levantar una siderúrgica integrada en Barranquilla; el gobierno lo impidió
argumentando que esto produciría la quiebra de Paz de Río. El “Frente Nacional” significó para el País el
estancamiento no solamente en el aspecto industrial, temas tales como
construcción de carreteras tuvieron un avance mínimo, puede recordarse que
dicho pacto político terminó y no existía una carretera directa entre Bogotá y
Medellín. Pero debe anotarse que el mayor perjuicio que causó el “Frente Nacional“, fue esa inmensa
frustración que produjeron los privilegios en el ciudadano común y corriente,
aquel que no disponía de “apellidos”. Al vedarse sus posibilidades de progreso,
empezaron a gestarse los dos problemas más graves que aquejan a Colombia, las
guerrillas y el narcotráfico. El origen del problema guerrillero se palpaba en
las universidades en la década de los sesenta. El desarrollo del narcotráfico es algo que tuvo lugar aquí con mayor
intensidad que en países tradicionalmente cocaleros por la frustración de
gentes de clase baja y media que no tenían oportunidades de progreso. La droga
trajo consigo un gran flujo de dinero con lo cual creció el consumo, pero no la
producción, en Colombia, se multiplicaron los carros finos, los computadores,
los teléfonos celulares y satelitales pero el país no produce ni cortaúñas. Una
economía enana en un país que se aproxima a los 50 millones de habitantes.
Tienen mejores carreteras países como Ecuador o Panamá; disponen de una red
ferroviaria que aquí para todo propósito no existe, Bolivia o Marruecos, Angola
posee una mejor infraestructura portuaria y Trinidad Tobago produce más acero
que Colombia. Ante semejante cuadro de atraso económico se cometieron locuras
tales como una apertura económica indiscriminada que casi acaba con la poca
industria del País o una constituyente que creó más problemas que los que
pretendía resolver. Ese esperpento farragoso y casuístico llamado la Constitución
del 91 no era un clamor de los colombianos, la séptima papeleta y todos los
episodios de la comedia llevaron a una especie de golpe de estado
constitucional. ¿Para qué? Para establecer un aparato jurídico enorme e
ineficiente, para crear unas talanqueras
raciales, en un País mestizo, las cuales se convirtieron en un estorbo
para la construcción de infraestructura, la creación de unas corporaciones
ambientales que han sido un foco de corrupción y la multiplicación exagerada y
absurda de parques nacionales, verdaderos santuarios de guerrilleros y
mafiosos.
En toda esta
lastimosa situación surge un gobernante que olímpicamente ignora la industria
¡esa “locomotora” no existe! El antiguo
Ministerio de Fomento Industrial se transformó en un ministerio de hotelería.
La “locomotora” de la agricultura pretende hacer desarrollos agrícolas en la
Orinoquia sin un estudio serio de las posibilidades, de esto ya empieza a
notarse el fracaso. ¡La agricultura no se puede hacer por decreto! La
“locomotora” de la mineria está en una total decadencia, el ambientalismo
fanático e ignorante está haciendo lo posible por sabotearla, con la
complacencia del Gobierno. La “locomotora” de la innovación tiene una marcha
parecida a la de los cangrejos. Como puede haber innovación en un país donde
una patente de un invento requiere todo un capital para sufragar los gastos
burocráticos y una demora indefinida que
puede ser de varios años. Alguien que pretenda buscar nuevas especies botánicas
para obtener sustancias de uso industrial o farmaceutico se ve frenado por las
corporaciones ambientales que no solamente le decomisan el material, pueden
hacerlo apresar. Que base puede tener la tan cacareada “biodiversidad” si los
taxonomistas no pueden ejercer su oficio ante las corporaciones ambientales
cuya función no es investigativa sino policiva y muy frecuentemente corrupta o
ante el obstáculo de las republiquetas raciales. Que aliciente puede tener un
geólogo para buscar minerales, si
obtener un derecho de su hallazgo significa una serie de trámites
burocráticos tan costosos que solamente pueden sufragarlo grandes
corporaciones. Por tanto hay que tener claridad, en Colombia la investigación
científica es una actividad de Cocktail, no de campo y laboratorio. Otra
locomotora fantasma es la de la infraestructura, una cantidad de anuncios, pero
realizaciones, inicios de obra nada. De este cuadro triste solamente se libra
la generación eléctrica, esto porque no ha caído en manos de la burocracia
capitalina. Adicionalmente se le cerraron las posibilidades a las pequeñas
empresas de ingeniería al suspender los anticipos. ¿Será esta una forma de
democratizar la ingeniería, de fomentar nuevas iniciativas?
Hay un
aspecto muy preocupante en la actual administración, una tendencia a
centralizar las funciones estatales en la Capital, al estilo del Frente Nacional”, ahora no se están
creando institutos des centralizados sino “agencias”, con la creación de la
Agencia Nacional de Licencias Ambientales desde Bogotá se va a decidir si un
rastrojo en el Cauca es un bosque primitivo o si un pantano en Arauca es un
“humedal”, con esto se puede impedir o favorecer cualquier proyecto y
naturalmente se abre un amplio panorama a los favoritismos y la corrupción. La
Agencia Nacional Minera es la que va a decidir si el más humilde alfarero puede
o no sacar barro y naturalmente todo se tramitará en Bogotá. Hay un engendro
que comenzó a aparecer en las noticias, una agencia para abastecer a las
entidades del Estado, esto es la resurrección de Inalpro de triste recordación.
Con la nueva agencia hasta el último baldosín que se necesite en la alcaldía de
Leticia necesitará gestionarse en Bogotá. Solamente falta que creen la Agencia
Nacional de Puertos y ¡Oh milagro! resucite Colpuertos.
Es
francamente preocupante que pretendan centralizar todos los hilos del poder en
una ciudad que no es capaz de administrarse a sí misma. Esto no es un impulso
al desarrollo. ¡El Pueblo Colombiano necesita oportunidades para progresar, no
dádivas populistas!
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