Tuesday, May 14, 2013

DESARROLLO


por Jaime Galvis Vergara   
Al examinar desprevenidamente el devenir de Colombia como país, es triste reconocer que el desarrollo económico  nunca ha sido un propósito nacional. Una clase directiva parroquial y mezquina mantiene todo el ceremonial de una democracia liberal de la cual solamente hay apariencias. El Estado Colombiano presenta ante el mundo exterior toda una serie de “instituciones”, las cuales en realidad son una serie de fortines burocráticos para defender canonjías y privilegios abusivos. La burocracia de Colombia tiene grandes similitudes con la que creó en España el Conde Duque de Olivares, este personaje creo un monstruoso aparato burocrático que logró lo que no pudieron hacer La Armada Británica, el Ejército Francés ni el Imperio Turco, arruinar el Imperio Español. La herencia colonial que recibieron los países hispanoamericanos de burocratismo e inacción los llevó a una parálisis tal que la revolución industrial no llegó a estas tierras. Las únicas actividades que florecieron fueron las ideologías y las banalidades, esto naturalmente desembocó en guerras civiles inútiles para defender o atacar principios ideológicos que no tenían aplicación alguna en estas latitudes. Períodos tales como el de la “República Liberal”, muy publicitadas, no significaron avances en el desarrollo del País, un fomento del sindicalismo en un País carente de industrias solamente significó la ruina de actividades tales como la navegación del río Magdalena. Esas administraciones terminaron dejando el País sin vías de comunicación, sin seguridad social alguna y con la mayor parte del territorio infestado de fiebre amarilla y paludismo, por lo cual la población permanecía aglomerada en las cordilleras. Lo único que prosperó fue la política, toda una pléyade de oradores, juristas, ideólogos, parlamentarios, magistrados etc., los cuales produjeron leyes y decretos con profusión en medio de una nación llena de campesinos analfabetos. Todo esto terminó en una vorágine de violencia en la que se luchaba por unas ideas políticas que no tenían nada que ver con los reales problemas de Colombia, orquestada por dirigentes que luego decidieron “reconciliarse”.  Otro período de la vida nacional muy elogiado y publicitado fue el “Frente Nacional”, con el establecimiento de este engendro político le llegó su época dorada a la aristocracia capitalina, tomaron los altos cargos del estado, multiplicaron entre ellos los privilegios,  hasta las curules del parlamento eran concesiones, casi dádivas. Recordemos el famoso bolígrafo. Comenzó la monopolización de las actividades económicas, para lo cual se estableció el control de cambios. 

Planeación Nacional se volvió una especie de policía económico que vetaba los proyectos industriales o los aprobaba según las influencias de quienes los iniciaran. Gradualmente fueron creados toda una serie de “institutos descentralizados” los cuales fueron instrumentos para la centralización total de la administración pública hasta llegar a extremos tan absurdos como el de Colpuertos, instituto creado para administrar desde Bogotá los puertos del País. Todo lo debía manejar la burocracia de “buena familia”,  por tanto se creó un instituto nacional de provisiones “Inalpro” para proveer a las entidades del Gobierno, hasta unos ladrillos para una escuela en Nariño o las tejas de zinc de un puesto de salud en el Chocó debían solicitarse en Bogotá. El egoísmo de los dirigentes llegó a extremos increíbles, por ejemplo la adjudicación de las becas que daban las embajadas extranjeras fue centralizada en el Icetex, con lo cual el favoritismo se hizo descarado. La prensa no fue ajena a estos desafueros, muchas cosas se taparon, hasta fraudes electorales. La forma de referirse los periódicos a los altos personajes de la política  llegaba al ridículo, el egregio, el insigne, el preclaro, el ilustre, etc., eran términos usuales para referirse a los altos heliotropos de la política. Por otra parte la aristocracia capitalina mostró siempre un absoluto desdén por el resto del País. Un conocido  periodista perteneciente a los altos círculos del poder, alguna vez en su columna anotó que no veía como la opinión pública de la Costa pedía un puente sobre el río Magdalena cuando había obras más importantes como la terminación de los puentes de la calle 26 en Bogotá.    

Ahora cabe analizar lo realizado por nuestra rosca aristocrática con ese poder casi ilimitado que ejercieron. Del “Frente Nacional” salió el País con una dependencia del monocultivo del café, como la que tenía antes, sin una base industrial, muchas de las iniciativas tomadas durante dicho período fueron verdaderos disparates, basta enumerar algunos ejemplos: Se nacionalizó la generación de energía eléctrica, prohibiendo esta actividad al sector privado. Por tanto, al nacionalizar las plantas térmicas de la Costa Atlántica, el Gobierno no dispuso de fondos para los necesarios ensanches y la industria de la Costa se frenó totalmente. Una oferta de una empresa metalúrgica de aluminio, de instalar una planta en Colombia fue vetada porque dicha empresa proyectaba generar la energía que iba a consumir. Un grupo industrial proyectó levantar una siderúrgica integrada en Barranquilla; el gobierno lo impidió argumentando que esto produciría la quiebra de Paz de Río.  El “Frente Nacional” significó para el País el estancamiento no solamente en el aspecto industrial, temas tales como construcción de carreteras tuvieron un avance mínimo, puede recordarse que dicho pacto político terminó y no existía una carretera directa entre Bogotá y Medellín. Pero debe anotarse que el mayor perjuicio que  causó el “Frente Nacional“, fue esa inmensa frustración que produjeron los privilegios en el ciudadano común y corriente, aquel que no disponía de “apellidos”. Al vedarse sus posibilidades de progreso, empezaron a gestarse los dos problemas más graves que aquejan a Colombia, las guerrillas y el narcotráfico. El origen del problema guerrillero se palpaba en las universidades en la década de los sesenta. El desarrollo del narcotráfico  es algo que tuvo lugar aquí con mayor intensidad que en países tradicionalmente cocaleros por la frustración de gentes de clase baja y media que no tenían oportunidades de progreso. La droga trajo consigo un gran flujo de dinero con lo cual creció el consumo, pero no la producción, en Colombia, se multiplicaron los carros finos, los computadores, los teléfonos celulares y satelitales pero el país no produce ni cortaúñas. Una economía enana en un país que se aproxima a los 50 millones de habitantes. Tienen mejores carreteras países como Ecuador o Panamá; disponen de una red ferroviaria que aquí para todo propósito no existe, Bolivia o Marruecos, Angola posee una mejor infraestructura portuaria y Trinidad Tobago produce más acero que Colombia. Ante semejante cuadro de atraso económico se cometieron locuras tales como una apertura económica indiscriminada que casi acaba con la poca industria del País o una constituyente que creó más problemas que los que pretendía resolver. Ese esperpento farragoso y casuístico llamado la Constitución del 91 no era un clamor de los colombianos, la séptima papeleta y todos los episodios de la comedia llevaron a una especie de golpe de estado constitucional. ¿Para qué? Para establecer un aparato jurídico enorme e ineficiente, para crear unas talanqueras  raciales, en un País mestizo, las cuales se convirtieron en un estorbo para la construcción de infraestructura, la creación de unas corporaciones ambientales que han sido un foco de corrupción y la multiplicación exagerada y absurda de parques nacionales, verdaderos santuarios de guerrilleros y mafiosos.

En toda esta lastimosa situación surge un gobernante que olímpicamente ignora la industria ¡esa “locomotora” no existe! El  antiguo Ministerio de Fomento Industrial se transformó en un ministerio de hotelería. La “locomotora” de la agricultura pretende hacer desarrollos agrícolas en la Orinoquia sin un estudio serio de las posibilidades, de esto ya empieza a notarse el fracaso. ¡La agricultura no se puede hacer por decreto! La “locomotora” de la mineria está en una total decadencia, el ambientalismo fanático e ignorante está haciendo lo posible por sabotearla, con la complacencia del Gobierno. La “locomotora” de la innovación tiene una marcha parecida a la de los cangrejos. Como puede haber innovación en un país donde una patente de un invento requiere todo un capital para sufragar los gastos burocráticos y  una demora indefinida que puede ser de varios años. Alguien que pretenda buscar nuevas especies botánicas para obtener sustancias de uso industrial o farmaceutico se ve frenado por las corporaciones ambientales que no solamente le decomisan el material, pueden hacerlo apresar. Que base puede tener la tan cacareada “biodiversidad” si los taxonomistas no pueden ejercer su oficio ante las corporaciones ambientales cuya función no es investigativa sino policiva y muy frecuentemente corrupta o ante el obstáculo de las republiquetas raciales. Que aliciente puede tener un geólogo para buscar minerales, si  obtener un derecho de su hallazgo significa una serie de trámites burocráticos tan costosos que solamente pueden sufragarlo grandes corporaciones. Por tanto hay que tener claridad, en Colombia la investigación científica es una actividad de Cocktail, no de campo y laboratorio. Otra locomotora fantasma es la de la infraestructura, una cantidad de anuncios, pero realizaciones, inicios de obra nada. De este cuadro triste solamente se libra la generación eléctrica, esto porque no ha caído en manos de la burocracia capitalina. Adicionalmente se le cerraron las posibilidades a las pequeñas empresas de ingeniería al suspender los anticipos. ¿Será esta una forma de democratizar la ingeniería, de fomentar nuevas iniciativas? 

Hay un aspecto muy preocupante en la actual administración, una tendencia a centralizar las funciones estatales en la Capital, al estilo  del Frente Nacional”, ahora no se están creando institutos des centralizados sino “agencias”, con la creación de la Agencia Nacional de Licencias Ambientales desde Bogotá se va a decidir si un rastrojo en el Cauca es un bosque primitivo o si un pantano en Arauca es un “humedal”, con esto se puede impedir o favorecer cualquier proyecto y naturalmente se abre un amplio panorama a los favoritismos y la corrupción. La Agencia Nacional Minera es la que va a decidir si el más humilde alfarero puede o no sacar barro y naturalmente todo se tramitará en Bogotá. Hay un engendro que comenzó a aparecer en las noticias, una agencia para abastecer a las entidades del Estado, esto es la resurrección de Inalpro de triste recordación. Con la nueva agencia hasta el último baldosín que se necesite en la alcaldía de Leticia necesitará gestionarse en Bogotá. Solamente falta que creen la Agencia Nacional de Puertos y ¡Oh milagro! resucite Colpuertos.

Es francamente preocupante que pretendan centralizar todos los hilos del poder en una ciudad que no es capaz de administrarse a sí misma. Esto no es un impulso al desarrollo. ¡El Pueblo Colombiano necesita oportunidades para progresar, no dádivas populistas!
                                                           

Monday, May 13, 2013

Hugo Chavez se fue callado



Hugo Chávez se fue callado. No pudo pronunciar ese último discurso que cerrara el círculo de sus interminables soliloquios. Su gran pieza retórica, la de despedida, quedó en hipótesis. Ni siquiera pudo decir adiós. Sólo hubo silencio. Un largo e impropio silencio de 87 días. Él, que hizo del gobierno un eterno mitin, que podía hablar sin despeinarse 9 horas seguidas; él, cuyo único talento indiscutible era el de la oratoria, murió en la más discreta mudez..
El oxígeno, al parecer, le faltó en las últimas horas. Sus pulmones de fumador ya no dieron. Pero no fue eso lo que lo mató. Esa fue sólo la consecuencia de un mal que lo aquejó desde mucho tiempo atrás: el poder.
Esa escena inicial, la de él probando y experimentando por primera vez lo que era sentirse poderoso, es imposible de recrear. Difícilmente se pueda saber con exactitud cuál fue ese punto de inflexión, ese hito en su vida. Pero lo cierto es que le gustó. De eso no hay duda. Y así comenzó una carrera desenfrenada que lo llevó a acumular poder como pocos tuvieron en Venezuela.
Chávez era 'the boss', el gran beta. Podía hacer lo que le viniera en gana, que es el privilegio de los realmente poderosos. A nadie rendía cuentas, sólo su voluntad bastaba. Desde la pantalla, su sede de gobierno por excelencia, ordenaba, expropiaba, sentenciaba. Era capaz de lo mejor y de lo peor, de darles casa a unos damnificados y de condenar a prisión a una jueza inocente, de becar a niños humildes y de dejar sin empleo a 3000 trabajadores de RCTV. Gerenciando era mediocre, pero odiando era implacable. 
La riqueza y el lujo parecían no atraerle demasiado. Los disfrutó, cómo no. Comió bien, se vistió con ropa fina, usó buenos relojes, se alojó en costosos hoteles y viajó por todo el mundo en un avión de primera. Sin embargo, no parecía darle tanta importancia a eso. Gustarle, le gustaría, pero lo suyo era otra cosa, lo suyo era el poder. Eso sí lo deslumbraba. Eso lo perdió. 
Fue habilidoso en reclutar a su personal. Supo leer en ellos frustraciones ancestrales, rencores de cien años, traumas no resueltos, necesidades insatisfechas; y ahí se afincó. A la jueza que forjaba actas la puso a presidir el TSJ, al chofer de metrobús lo llevó a la Cancillería, al economista marxista despreciado por sus colegas de la academia lo nombró Ministro de Economía. Y así creó una corte de eternos agradecidos. No era improvisación, era estrategia, la forma de asegurarse una lealtad inmarcesible. De tener más poder, que de eso se trataba todo. 
Manejó a discreción un presupuesto descomunal. Nunca un presidente tuvo tanta plata a su disposición. La repartió, pero sin criterio. Tuvo nobleza en la intención, pero de ahí no pasó. Regaló y no invirtió. Casi todo quedó en humo. Pan para esos gloriosos días de abundancia y hambre para los venideros. Hizo más llevadera de la vida de los pobres, la mejoró en algunos aspectos, pero no los sacó de la pobreza. Afuera usó esa plata para ganar amistades y establecer alianzas. Como el niño rico de la cuadra pobre, que invita a sus vecinos al club, los mete en las fiestas de su casa y a veces los monta en el carro. Así fue, sobre todo con América Latina y el Caribe. Que haya robado es algo que no consta, que dejó robar a los suyos y se hizo el 'Don Tancredo' con las denuncias de corrupción fue evidente. Era de manual: mientras estés bien conmigo, hasta robar puedes, yo te protejo; si te volteas, ya verás. Más lealtad. Más control. Más poder. 
Lo tuvo todo. No había quien mandara como él. La nueva 'dictadura perfecta', popular y con pinta de democracia, la instauró él. Fidel, su ídolo de infancia, era su pana de adultez, los presidentes de Suramérica lo idolatraban, la izquierda, con sus intelectuales y cantantes, lo mimaba. Líder, hombre fuerte de Venezuela, luz de Latinoamérica, espada de los pobres, azote del imperio, martillo de la oligarquía, heredero legítimo de Bolívar, esperanza del mundo entero. 
Estaba en lo más alto, en la cumbre del Olimpo. Y entonces vino el cáncer. Lo que debió ser un 'cable a tierra', la ducha helada para bajar la fiebre de grandeza, se convirtió en la gran hazaña que completaría la epopeya y confirmaría que él era un ungido. Y ahí se jodió todo, Zavalita. Porque no fue ni siquiera negación, que todavía. Fue confiar ciegamente en un destino que no estaba escrito, en una propiedad curativa que el poder no tenía, en una inmortalidad que no existía. 
Y no hubo quien por su bien le enseñara la roja, lo mandara a las duchas y a descansar. Lo dejaron seguir jugando, a sabiendas que la vida se le iba en ello. Eso fue lo peor. Porque a fin de cuentas él era el enfermo. Podía inventarse fábulas y ficciones, curaciones milagrosas atribuibles los espíritus de la sabana o sueños con un Bolívar que le decía que no moriría. Era comprensible. Pero los otros, los que estaban alrededor suyo, sanos, que sabían lo que pasaba, que veían el deterioro, que lo oían quejarse de los dolores, que lo recogían cuando se desmayaba, ellos, que podían detenerlo, al final resultaron ser el nido de escorpiones del que alguna vez habló Müller Rojas. 
El crucifijo lo cargaba siempre en la mano, lo apretaba y besaba cada vez que podía. Peregrinó por cuanto templo y basílica encontró en Venezuela. Dijo que restauraría la Iglesia de La Candelaria, donde reposan los restos de José Gregorio, y que haría un santuario en Táchira para el Santo Cristo de la Grita. A cada santo le prometía una vela. "Estoy aferrado a Cristo", juraba. Pero en realidad se aferraba al poder. No cedía. Como el joven rico del Evangelio de Mateo, Chávez no pudo desprenderse de lo que tenía -¡es que era tan grande!- para seguir al Jesús que lo llamaba. Pretendió servir a dos señores, poder y Cristo, y eso no era posible. "O aborrecerá a uno y amará al otro, o se apegará a uno y despreciará al otro", había advertido hace casi dos mil años el de Nazaret. 
Lealtad tuvo mucha, no así cariño. Porque si lo hubieran querido bien, de verdad, si hubiera habido amor y no temor, afecto y no interés, entonces hubieran impedido que se lanzara al abismo. Que eso al final fue la campaña: un abismo por el que se le terminó de ir la poca salud que le quedaba. 
El esfuerzo fue devastador. Ya le costaba caminar. Necesitaba esteroides y altísimas dosis de calmantes para salir en tarima. A cada mitin le seguía una moridera. En cada uno iba dejando un poco de vida. Proverbial fue el cierre en Caracas, bajo el cordonazo de San Francisco. La naturaleza rebelándose, y él guapeando en tarima para que lo obedeciera. La misma soberbia del padre Bolívar haciéndose presente en el hijo putativo. Esa tarde bailó y saltó, y luego no pudo recorrer ninguna de las restantes 6 avenidas.
Al final ganó las elecciones. Lo logró, sí. Aguantó como un varón, también. Pero no le sirvió de nada. "Insensato, esta misma noche vas a morir, ¿y para quien será todo lo que has acumulado?". Es la parábola del granero rico que gasta la vida guardando fortuna para él y cuando llega al tope Dios le anuncia que morirá. Es la parábola de la última elección de Hugo Chávez. Porque ni juramentarse pudo. Dos meses después del “triunfo” se fue a Cuba para no volver.

Tuvo una agonía larga y dolorosa. Da la impresión de que la vida se la extendieron más de lo recomendable, sin importar el sufrimiento. Progresivamente fue perdiendo facultades. Por perder perdió hasta el habla. Era un muerto en vida, dependiente de máquinas y cables. Y ni aun así renunció. Ya no podía, tampoco convenía. Así de perverso y retorcido: en lo último de la vida tampoco valió el hombre sino el poder. Sí, el poder, su verdadero amor, su gran obsesión, su definitiva perdición.