Tuesday, July 31, 2007

Para los colombianos

CERTIFICADO JUDICIAL

Por: Mauricio Zuluaga Ruiz

Una odisea llamada Certificado Judicial: ¿Requisito, útil, valioso, un obstáculo o un karma?

“El Certificado Judicial es un documento expedido por el Departamento Administrativo de Seguridad, en el cual se certifica la situación judicial de un ciudadano frente a la justicia y autoridades colombianas. Estipula si el titular no tiene asuntos pendientes con las autoridades judiciales y de policía, o si no es solicitado por las mismas autoridades”.

Si alguien necesita el tan exigido, en estas épocas “Certificado Judicial, expedido por el DAS, tiene que preparase para vivir una de las odiseas más complicadas del momento.

Las líneas telefónicas para citas constantemente están ocupadas; los diferentes canales de información no funcionan. Hacer una consulta personalmente es imposible, nadie da la cara lo más desalentador es que el Certificado es de presentación obligatoria entre las múltiples condiciones para ingresar a un empleo público o privado o para trámites especiales con el Estado, los que cada día se incrementan.

Eso si, usted todos los días ve que atienden público y, ¿de donde salen entonces las citas?. No cabe la menor duda de que hay un grupo de personas, que obviamente involucra a funcionarios del DAS, que venden los turnos a los desesperados usuarios. Hasta esto ha llegado el DAS: a incentivar el tráfico de influencias, a abrirle el espacio a oportunistas que venden los turnos, que debiesen ser gratis por $15.000 o $20.000l pesos, dependiendo de la necesidad.

Lo más inquietante del tema, es que no hay soluciones a la vista. Se hacen jornadas extensas y masivas para atender al público, que no son suficientes y que además no proponen una solución integral al problema.

En Colombia, dentro de escasos cuatro meses se llevará a cabo un proceso electoral para el que también se exige este documento; 17 partidos políticos aproximadamente se disputarán las alcaldías y Concejos de los 1025 municipios y las gobernaciones y asambleas de los 32 departamentos.

Vemos pues que las noticias no son alentadoras y en horizonte no aparecen ni funcionarios empeñados en mejorar esta situación, ni soluciones claras y definitivas; así que prepárese porque el hecho de que el DAS no preste una buena atención, no lo exime de presentar este documento ante el ente que lo solicite.

Monday, July 09, 2007

La fiebre de los biocombustibles

Por Eduardo Bravo Gordillo*

Recorrer el campo sin necesidad de morral, alimentándose de naranjas, mangos y guayabas, es cosa del pasado. Ya no hay caminos, naranjas, mangos ni guayabas; solamente hay palmas y cañaduzales.

Con la fiebre de los biocombustibles se ha llegado al extremo de arrasar todo aquello que no se le parezca. En el medio y el bajo Magdalena, los monocultivos están arrasando con todo, no solamente con los palos de mango.

Las fincas ganaderas, que mantenían pequeñas reservas forestales o morichales, como las llaman en el Llano, han cambiado de uso y en ellas hoy solo crecen la palma, la caña y la remolacha. Recordemos que ya hubo desabastecimiento de carne, lo que produjo altos precios y afectó a toda la población, en especial a la de menores recursos. Fue necesario importar este alimento.

Han sido invadidas ciénagas, humedales y llanuras de inundación, lo que ha traído como consecuencia menos espacio, que impide los procesos de mitigación de crecientes y acentúa los problemas de desbordamiento de los ríos, que inundan grandes extensiones que afectan a los mismos cultivadores de palma, caña y otros monocultivos, quienes reclaman del Estado obras de protección. Pero lo más delicado es que también se afectan los pueblos grandes y pequeños, con graves consecuencias económicas y sociales.

La reducción del área de las ciénagas ha traído consigo un problema social muy grave para las comunidades de pescadores, quienes han visto tan reducido su espacio, que ya se presentan fuertes disputas entre ellos mismos porque escasamente consiguen para su propio sustento. Quién lo creyera: el bocachico que se vende en las ciudades es importado de Argentina.

En general, se ha producido una gran devastación de zonas que deberían servir de reservas biológicas para que se mantenga un ecosistema en equilibrio. Los mismos palmeros han sufrido ya sus consecuencias porque el control natural de las especies ha desaparecido y se han propagado plagas, por ejemplo de insectos, que además afectan a toda la población. No se tuvo en cuenta la lección de lo ocurrido con los cultivos de arroz en el Tolima Grande.

Ya se está presentando desabastecimiento de agua para consumo humano y otras actividades agropecuarias, lo que ha generado conflictos por la distribución del agua. La próxima era de violencia no será solamente por la tenencia de la tierra, sino también por el agua. Ya se han visto los primeros brotes.

El avance de los monocultivos ha producido el desplazamiento de pequeños propietarios y campesinos hacia los centros urbanos, donde se han ampliado los cordones de miseria y sufre más presión la cobertura de servicios públicos, educación y saneamiento básico. El Estado no tiene tanta plata y los biocombustibles no darán para tanto.

Se comienza a notar el desabastecimiento de alimentos, que en gran medida eran producidos por pequeños parceleros y pescadores que llevaban sus productos a las plazas de mercado y tiendas de los pueblos y ciudades. Ahora, en las estanterías de los supermercados se encuentran más alimentos importados que los producidos en nuestro campo.

Uno de los grandes males de los cultivos a gran escala es la poca mano de obra que generan por hectárea por año. Cierto es que generan riqueza, pero también lo es que no generan bienestar colectivo en la misma medida.

No estoy en contra de los monocultivos. Por el contrario, me parece que en el caso de los biocombustibles pueden ser una buena oportunidad de generar riqueza que, bien administrada, nos sirva a todos, pero ahí es donde radica el problema. ¿Cómo asegurar que nos sirva a todos y especialmente que nos alcance? Sabiendo de esa dificultad, que ya conocemos por lo ocurrido con el petróleo, sería un tremendo desacierto sostener una política de tierra arrasada por los monocultivos. De hecho, ya nadie quiere sembrar maíz, fríjol, soya y mucho menos frutales. Las ciénagas donde se reproducen los peces están desapareciendo, la ganadería es menos extensiva y las pequeñas parcelas ya no existen. Las tierras se están adecuando para sembrar palma y caña en grandes extensiones.

Que no nos vaya a pasar lo del rey Midas, que todo lo que tocaba se convertía en oro, hasta sus alimentos. De seguir así, todas nuestras tierras producirán biocombustibles a partir de la palma, la caña y la remolacha. Riqueza por montones, pero también desnutrición y pobreza en la misma proporción.

En el reciente foro 'Aproximaciones institucionales frente a los efectos del cambio climático en Colombia', en el cual participaron la Procuraduría y el Ministerio del Ambiente y el de Agricultura, entre otros, se habló de la realización de un documento Conpes para incentivar el monocultivo con fines energéticos, tal vez pensando en que eso dará dinero que y con el dinero se podrá comprar cualquier cosa. Recordemos que el dinero no lo compra todo. Ninguno de los presentes propuso un documento Conpes para incentivar los cultivos que nos den de comer en forma natural e inmediata, ni para preservar las ciénagas, que nos ayudan al manejo de las inundaciones y dan de comer a las familias de unos 30.000 pescadores. Así como se piensa en crear incentivos para los monocultivos, se debería exigir que no se invadan las ciénagas, que un quince por ciento del terreno se destine a reserva forestal y lacustre para mantener un equilibrio ecológico, y otro quince por ciento a cultivo de alimentos perecederos que ayuden al abastecimiento de la población.

Repito, no estoy en contra de los monocultivos, estoy en contra de la tierra arrasada, de la explotación de los recursos naturales en forma irracional, sin dejar un espacio, así sea mínimo, para que exista la biodiversidad, el equilibrio ambiental; un lugar donde existan reservas naturales y espacios para producir nuestros propios alimentos y no tengamos que gastarnos la plata de los biocombustibles importando alimentos a costos altísimos, a los cuales no tiene acceso la mayor parte de la población. Ojala algún visionario reserve un cuadro de tierra para sembrar naranjas porque, a este paso, serán tan escasas que su costo será el equivalente a su peso en oro.

Hoy día, cuando salgo a recorrer los campos, debo llevar en el morral jugo de naranja importado, en vez de ir cogiendo las naranjas; atún en lata por no tener la posibilidad de arrimar a un hogar de campesinos o pescadores donde me vendan un bocachico frito; una leche en tetrapak porque ya no ordeñan la vaca a la vera del camino, sencillamente porque no hay vacas y mucho menos camino; agua en botella con marca propia porque el arroyo se secó y el guarapo desapareció por el alto costo de la panela o la miel de caña. Y qué decir de las arepas; dentro de poco será una especie en vía de extinción. Me siento como un náufrago en un mar de palma y caña.


* Ingeniero civil, especialista en ingeniería de ríos
Asesor de la Universidad Nacional de Colombia para el Convenio con Cormagdalena en el programa de Control de Inundaciones en el Medio y Bajo Magdalena

Sunday, July 08, 2007

Mundo patas arriba

Carlos Ball.
Columnista de EL TIEMPO.

Miami (Aipe). Escribo esta columna mientras Hugo Chávez está en Moscú, comprando cinco submarinos armados de misiles para añadir a su armamento ruso, que ya cuenta con 53 helicópteros, 24 aviones de guerra y 100 mil fusiles. Desde Moscú, el presidente venezolano aseguró que sus conciudadanos están dispuestos "a morir por la patria", defendiéndola del imperio yanqui, y echó de menos el gran aporte de Lenin a la civilización. Sí, el mismo Lenin, que encadenó la prensa, metió a 70 mil rusos en campos de concentración y provocó, junto con Stalin, la muerte de 65 millones de personas en la Unión Soviética.

Chávez ahora planea un 'corralito' tipo argentino para ponerle la mano a toda la riqueza privada de los venezolanos e impedir que más de una mínima cantidad de bolívares puedan ser cambiados a la nueva moneda 'fuerte' que planea emitir.

Pero otras borrascas, menos fuertes, se sufren en Norteamérica. En Washington fracasó el proyecto de ley de inmigración, un revoltijo de medidas buenas, mediocres y malas que, en parte, revelan un triste resurgimiento del racismo en este país, ya no contra los negros y los judíos, sino contra campesinos latinoamericanos indocumentados, quienes exponen sus vidas y apuestan sus ahorros para venir a trabajar duro y poder aspirar así a una mejor vida para sus familias. Ese es el 'sueño americano', pero aparentemente se debe negar si su apellido es Rodríguez o González.

Vivo en Estados Unidos desde hace 20 años, pero viajo a este país desde 1945, cuando de 6 años de edad vine con mis hermanos mayores para que mis padres los inscribieran en un colegio interno y aprendieran inglés. Hasta hace poco, nunca había notado miradas de desprecio cuando me oyen hablando en español. Sí, se notan cambios en este país; no dirigidos a latinoamericanos despreciables como Fidel Castro, Hugo Chávez y Evo Morales, sino a los latinoamericanos en general.

La primera vez que viajé en automóvil a Florida, desde Nueva York, me impactaron los baños separados para blancos y negros en las carreteras. En ese tiempo, a Nat King Cole no le permitían cenar en los cabarets donde cantaba. Pocos años antes, los judíos no podían quedarse a dormir en hoteles de Miami Beach, donde algunos edificios de apartamentos indicaban con grandes letreros: 'Solo para gentiles'. Nada de eso es permitido desde hace décadas, pero lo sorprendente es que algunos grupos de personas, cuyos antepasados fueron víctimas de persecución racista o eran despreciados por ser católicos irlandeses o italianos, forman hoy parte de los abanderados contra la inmigración latinoamericana. A ellos se les suman muchos de aquellos blancos conservadores del sur de Estados Unidos, quienes solían pertenecer al Partido Demócrata y se pasaron hace años al Partido Republicano.

Los desafueros de Chávez y los crímenes de Castro no tienen paralelo en Estados Unidos, pero no dejan de preocupar sorprendentes tendencias que se notan aquí.

El número de gente en prisión ha aumentado 10 por ciento desde el año 2000 y ha alcanzado 2,2 millones de personas en cárceles federales y estatales. Gran parte está en prisión por delitos sin víctimas, como el consumo de drogas o no contar con documentos de identificación, pero luego de pasar tiempo presos, muchos emergerán como delincuentes profesionales. Hay más gente presa en Estados Unidos que el total combinado de presos en Rusia, India, Sudáfrica, Irán, Australia, Brasil, México y Canadá. Con la proliferación de leyes, regulaciones y prohibiciones se nos trata de imponer un creciente número de supuestas virtudes y, así, observamos el caso de Paris Hilton, que copó las portadas de los diarios durante semanas, al ser apresada, soltada, llevada de vuelta a prisión y finalmente liberada por el espantoso 'crimen' de manejar con una licencia suspendida.

También sorprende concluir que el Departamento de Defensa de Estados Unidos no existe para defender el territorio nacional. Hay tropas estadounidenses apostadas en 159 lugares del mundo: un total de 485 mil soldados, incluyendo a unos 200 mil en Irak y Afganistán y a otros 100 mil en Europa, 18 años después de la caída del Muro de Berlín y 62 años de terminada la Segunda Guerra. Con un presupuesto de 538 mil millones de dólares, el Pentágono gasta 40 por ciento de todos los desembolsos militares del mundo.

Pero quienes patrullan las fronteras y custodian las costas de Estados Unidos pertenecen al nuevo Departamento de Seguridad Interna, creado por el presidente George W. Bush en el 2002 como "la más significativa transformación del gobierno de Estados Unidos en más de medio siglo".

Los políticos nunca podrán gastar más de una fracción de lo que los ciudadanos producimos con nuestro trabajo, pero el desmedido crecimiento de las burocracias y de los gobiernos es el más grave problema que confrontamos en el siglo XXI.

* Director de la agencia Aipe y académico asociado de Cato Institute.
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Carlos Ball